"Ese maillot no es para ti". Cambios de líder de última hora en Grandes Vueltas

El Giro y el Tour de 2020 se han decidido en el último momento. Pero no ha sido la primera vez, ni será la última, que una gran vuelta sufre un cambio en el último momento. Roglič, Hindley se han unido a un club en el que ya estaba Fignon, Van Springel...
"Ese maillot no es para ti". Cambios de líder de última hora en Grandes Vueltas
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Autor Maillot Marcos Pereda
Autor de la fotoJean-Yves Ruszniewski, Bruno Bachelet, Tim De Waele (Getty Images), Alex Broadway y Pauline Ballet (A.S.O.), Gian Mattia D'Alberto (RCS Sport), Archivo

Fecha de la noticia 24/12/2020


Un bar. Oscuro, luz apagada, aunque desde más allá de los cristales se filtren gotitas de atardecer. Lleno de humo, solo que no, porque ya no se puede fumar en los bares. Hay tres o cuatro mesas, una barra en forma de “ele” con el extremo más corto justo al lado de la puerta. Casi silencio, sonido de algunos tragos cayendo por el gaznate. En una banqueta, acodado sobre madera pegajosa, nuestro hombre bebe a sorbos cortitos lo que parece bebida isotónica diluida en agua (agitada, no mezclada). La mirada perdida, serio el gesto.

Se abre la puerta. Algunos gruñidos. Claridad, aire fresco. Qué mierda. El hombre que acaba de entrar parece llevar todas las desdichas del mundo pintadas en el rostro. Hace un gesto al camarero (primero el dedo índice, luego una mirada a la bebida del otro) para que le ponga lo mismo. El taburete rechina sobre un suelo lleno de cacahuetes hechos polvo. Allí, en la barra, sus hombros casi se tocan.

“De todos los putos bares del mundo tuviste que entrar en este”, dice el primero, apurando su vaso. “No te quejes”, contesta el recién llegado, “tú al menos ganaste después la Vuelta... Pero ¿yo? ¿qué me queda a mí? Igual no me vuelvo a ver en otra parecida...” El otro asiente, sonríe, señala con su pulgar una de las mesas. Allí se arremolinan un montón de cuerpos.

Todos beben en silencio, mismo gesto en el rostro. Es como si estuvieran en blanco y negro. Hay un neerlandés, y varios belgas, también ese francés con gafitas que sostiene un libro en la mano. Meciéndolo, sin acertar a leer nada. “Míralos a ellos, colega”, dice Roglič, “les pasó lo mismo. No somos tan especiales”. Jai Hindley sonríe. No, no lo son.

Lo jodido de perderlo todo al final es la cara que se te queda. Desengañémonos, es así. Al menos en aquel preciso instante. Luego ya, en tu casa, pasando el invierno, mientras brindas con ese cuñado tan plasta que tienes, lo reflexionas y dices que, oye, tampoco está tan mal. Mejor segundo que décimo. O segundo que tercero, ya puestos. Pero el disgusto no te lo quita nadie.

Ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia del ciclismo, que es así de puñetera (y puñetero). Ya ven, mal de muchos... Y en los últimos tiempos pasa cada vez más asiduamente, porque ahora las diferencias son de segundos, y más de dos “Fuera de categoría” en una misma etapa es algo prohibidísimo, y las cronos son cosas de la época de Indurain o Merckx. Así que eso... llegamos al último día con el primero y el segundo separados por el tiempo que tarda usted en deletrear “Tourmalet” y pasan las cosas que pasan...


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Pero sigue doliendo. Y más que debió hacerlo allá por 1947, nada menos. Pionero de cenizos fue Pierre Brambilla. Ya ven, seguro que ni les suena demasiado. Residencia en Francia, pero italiano de cuna. Y eso era importante, oigan. En fin, relean la fecha. Niza, los Alpes, cositas. Vamos, que no podemos dejar que un macarroni nos joda el primer Tour de Francia de la posguerra. Porque de eso se trata. Asunto serio. Así que, en la última etapa, camino de París, se arma. Imaginen que pasa hoy... alguno acaba sacando el champán por las narices.

Pues eso, que ataca Robic, segundo en la general. Brambilla no es tonto y se huele que aquello va en serio, así que intenta saltar a por Jean. Solo que no puede, porque otros ciclistas galos se lo impiden, encerrándolo en el seno del grupo. Ummm... mala pinta, no me lo negarán. Por delante Robic empieza a echar cuentas, unta a otros escapados, se gasta todos los premios antes de ganar ningún premio. Qué importa, la gloria... la gloire. Vale, no queda perfecto, porque Robic es pequeñajo, lleva el ceño fruncido y habla con acento brezhoneg, pero oye... mejor eso que un transalpino. En el Parque de los Príncipes Brambilla llora su suerte (al final es tercero, que ya es caída para una etapa así). En 1949 se nacionaliza francés, quizá para evitar jugarretas de estas, pero es tarde... jamás tendrá la eternidad tan cerca.

JAN JANSSEN y HERMAN VAN SPRINGEL en el Tour 1968

No fue la última vez en el Tour, claro. Miren el de 1968. Llega líder a la última etapa Herman Van Springel. Bueno, a la última etapa no... al segundo sector de la última etapa, nada menos. Claro que había cuatro tíos en menos de un minuto (Gregorio San Miguel a sólo doce segundos, cuatro más para Jan Janssen y Bitossi a cincuenta y ocho), así que la cosa estaba bastante abierta. Van Springel lo hace muy bien. Gana a todos en la crono... salvo a Janssen. El holandés se lleva el Tour sin haber vestido el maillot ni un solo día. Van Springel se retirará con pódiums en Giro, Vuelta, Grande Boucle, Mundial, San Remo, Roubaix y Lieja... pero sin ganar ninguna de ellas. Menos mal que pudo sumar Lombardía, porque si no... para deprimirse por completo.

(Años más tarde Joaquim Rodríguez también sumará cajones en las Tres Grandes y el Campeonato del Mundo sin pillar victoria por ningún lado).

LAURENT FIGNON desolado al perder el Tour de 1989

Algunos hasta repiten, porque la desgracia conocida duele menos. Nah, no lean lo anterior, es una chorrada. Que le pregunten a Lauren Fignon, a quien asaltaron dos veces el último día. En ambas ocasiones atropellado por las cronos de sus rivales y ciertos aspectos ajenos al mero pedalear. Italia, 1984. Francesco Moser y su bici de las galaxias, su casco de Star Trek y su helicóptero teledirigido marca RAI que molestaba al galo.

Tampoco vamos a cuantificar aquí cuánto influyó o no, pero huele un pelín a tongazo en toda regla. Al menos eso dijo Laurent, y Cyrille, y hasta Bernard Hinault al año siguiente, cuando estaba en una situación idéntica y dejó muy claro a periodistas, aficionados, organizadores y el mismísimo Emperador Trajano que a él eso no se lo hacían, mucho cuidado, que calzaba bastante mala hostia. Pero... otra historia. La de Fignon le impide completar un triplete de lo más cuco, con Giro, Tour y Campeonato de Francia.


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Lo llevaba regular. Lo de doblar Giro y Tour, digo. En 1989... lo mismo, pero al revés. En su propia casa. Tampoco vamos a extendernos, que es sabido por todos. Lo de Lemond y su maillot y esas pintas de corredor del futuro (Fignon siempre tuvo aspecto de snob sofisticado, sí, pero cultureta más que loco de los gadgets). Ocho segunditos de nada. En su hogar. Con todo preparado. Dramático.

La última... este mismo año. Roglič y su equipo se tiran tres semanas que si sígueme, no puedes, te llevamos con el gancho, jijí, jajá. Sonrisas, cucamonas y una sensación de seguridad que luego no veías reflejada en las diferencias. Jugar con fuego es lo que tiene... a veces te sale un chicuelo casi vecino y te jode el rollo. Pero, en fin, hemos venido a hablar del pasado...

Roglič en la Contrarreloj en la que perdió el Tour de 2020

En el Giro ha pasado más veces. Tampoco muchas, no se vayan a creer, que allí las cosas suelen llegar ya bien amasadas a las etapas finales, pero ejemplos hay. En 1976, sin ir más lejos, cuando Gimondi le cepilla la maglia rosa a Johan de Muynck en la crono de Brianza, bordeando el Lago de Como. Vamos, al ladito de casa para el bergamasco. La cosa es que esa etapa es la 22ª, y ya solo quedaba el paseíto hasta la Galleria Vittorio Emanuele II, así que debió fastidiar bastante. Definitivamente los belgas no gestionan bien finales apretados (salvo si es a penaltis contra España, entonces sí).

En el año 2000 pasó algo parecido, solo que el impacto simbólico fue menor. Porque era el penúltimo día, porque fue en una cronoescalada. Porque ganó Garzelli (a quien había ayudado Pantani veinticuatro horas antes, y aquello fue hermoso) y perdió Casagrande (que salió con una cinta en la frente en la etapa más importante de su vida, y aquello fue horrendo). Calvos uno, horteras cero...


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Ah, y la de Hindley. Y Tao. Pero prefiero decir “la de Hindley”, porque el apellido de Tao es peliagudo. Este año fue. Que llegaron empatados a tiempos a la última crono. Después de subir el Stelvio, el Etna, Piancavallo, cositas de esas. En fin, la modernidad...

Jay Hindley y Tao Geoghegan jugándose el Giro 2020

Pero si en algún sitio se han materializado cambios de última hora, vuelcos a las clasificaciones, generales de infarto, suspense hasta la línea final... ha sido en la Vuelta a España. Ojo, lo pueden tomar ustedes también como una (levísima) crítica a una carrera que en demasiadas ocasiones ha pecado de suave. Históricamente por falta de medios e infraestructuras (los puertos, amigos... en fin, era para verlos). De unos años a esta parte por la búsqueda artificial de emoción basada en el equilibro de tiempos más que en la efectiva relación de fuerzas. En fin, supongo que entienden por dónde voy. Y lo dejo aquí, que no es momento ni lugar...

Los años setenta fueron especialmente prolijos en eso. Empieza la década con Ocaña cepillándose a Tamames en la crono entre Llodio y Bilbao, segundo sector de la última etapa. A ver, fue poca sorpresa, porque llegaban casi empatados a tiempo y el conquense era croner formidable, pero vaya... que tienen su aquel estas cosas. Ah, por ahí pululaba también (a diez segunditos antes del último esfuerzo solitario) Herman Van Springel, pero a este le pasó lo de siempre...


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Cinco años más tarde se repite la historia. Solo que con un componente mayor de drama. Al segundo sector de la última etapa llega como líder Txomin Perurena. Treinta kilómetros alrededor de Donosti, al ladito de su Oiartzun. Nervios, presión, lo que quieran. Tamames toma el desquite e introduce a Perurena en una espiral de recuerdos y remordimientos. “Cuando entré en el Velódromo de Atocha yo ya sabía que había perdido, por el silencio del público”, dirá años más tarde. “Aun a veces tengo pesadillas con esa carrera... sueño que la voy a ganar y se me escapa en el último momento”.

Doce meses más y... récord. El de Hennie Kuiper. Sale de amarillo en la última cronometrada. Que son treinta kilometrillos otra vez, nada de monstruosidades pensadas para Anquetil. No vamos a engañar a nadie... lo tiene regular. A dos segunditos acechan Ocaña y el sorprendente Pesarrodona, a catorce Nazabal, Carril a menos del minuto. Difícil. Pero lo que ocurrió... Qué me hiciste, Hennie, pero qué me hiciste. El tío acaba sexto... sexto en la general, que debe ser plusmarca mundial de mayor cagada final en toda la historia. Gana Pesarrodona, de forma sorprendente (o no). Pero lo de Kuiper... ay.


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El siguiente gran traspiés final llega en 1985, con “lo” de Perico y Recio por Cotos y Guadarrama. Millar no entiende nada (y muchos otros tampoco, no es cosa solo del escocés). Digamos que el asunto merecería pieza aparte. Pero lo dejamos aquí, expresado, asomando un poco la patita. Tampoco demasiado...

Luego en los noventa tenemos a Chava y Olano, pero nadie esperaba que Jiménez pudiese mantener el maillot amarillo (y verlo rodar con la cabra como si estuviera subiendo un puerto, ciscándose por completo en todo el tema de la aerodinámica, nos cargaba de razones). Y retornan los grandes vuelcos.


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A Sevilla le meten un micrófono en plena cuenta atrás antes de salir camino de Madrid. Para recoger impresiones. ¿Qué? ¿Nervioso? Ya ven, otros tiempos. Pero vamos, que no era serio, estarán conmigo. Casero aprovecha que pasaba por allí y se lleva la Vuelta. Dos pódiums, entre ellos una victoria, y no ganó ni una etapa. Si eso no describe a un corredor...

Poco después Aitor González hace lo propio con Roberto Heras, en ese 2002 tan asombroso que tuvo, antes de darse a la buena vida, la playa y el refocileo hedonista. Y solo un año más tarde es el bejarano quien grita “venganza”, dejando como víctima a un Isidro Nozal superado por presiones, focos y entrevistas. Con lo bien que estaría aquí yo mirando El Escorial, que lo hizo un cántabro, joder, que lo hizo un cántabro. Y no, me ponen una cronoescalada a este puerto tan antipático. En fin. Para arriba que me voy. Qué desastre, qué desastre. Y por esa zona también penó lo suyo Dumoulin, que la cagó (metafóricamente, lo otro fue en el Giro) el último día importante para regocijo de Fabio Aru. No se ha vuelto a ver en una parecida, la verdad.

ARU y DUMOULIN en Morcuera, en la etapa decisiva de La Vuelta 2015

En fin, ya ven... no es cosa de Roglič, ni de Hindley. El club de quienes cometen pifias al final con todo a favor está bastante nutrido. No me extraña que, de vez en cuando, queden para tomar algo en un bar...

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