50 años de "Merckxismo": el Tour de Francia de 1969

El Tour de 1969 supuso un antes y un después en la historia del ciclismo. Eddy Merckx venció con la mayor ventaja de la historia del ciclismo y ganó la regularidad, la montaña, la combatividad y el mejor joven… hace 50 años del nacimiento del "Merckxismo"
Cincuentenario del Merckxismo: el Tour de Francia de 1969
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Autor Maillot Marcos Pereda
Autor de la fotoGetty Images

Fecha de la noticia 06/07/2019


Andrés Gandarias es un buen ciclista. Ya el año anterior, en 1968, demostró que el Tour de Francia es una carrera que se adapta a sus virtudes como escalador, como fondista, como uno de esos que mejor van cuanto más grande sea el sufrimiento. Quedó noveno el jovencito de Múgica que corre con los colores (amarillo todo el año, azul oscuro en Francia) del Kas. En 1969 lo hará aun mejor, quinto al final. A más de media hora del ganador, claro, pero llevándose para su País Vasco una dulce e inesperada golosina. Porque Andrés Gandarias ha sido el único ciclista del “top 5” que pudo sacar segundos a Eddy Merckx en alguna etapa del Tour de Francia.

Nada es imposible con este hombre. Nada fue imposible para su misma ambición.

Léanlo de nuevo. Nadie (ni Pingeon, ni Gimondi, ni Poulidor) restaron desventaja alguna a lo largo de los veinticinco parciales. Nadie. Solo él, Gandarias. Fue en Thonon-les-Bains. El dato, alucinante, da buena muestra del dominio que Eddy Merckx ejerció sobre su primer Tour. Año 1969, inicio del “merckxismo”. Y, sin embargo, la sorpresa aumenta aun más cuando se conocen los detalles, cuando se rasca sobre la superficie. Nada es imposible con este hombre. Nada fue imposible para su misma ambición.

El único error de Eddy Merckx en todo el Tour de Francia llegó el primer día. Anécdota, casi, algo meramente estadístico. Una tragedia para alguien con la ambición, con la patológica necesidad de victoria, que exhibía siempre el belga.

El prólogo. En Roubaix, donde Merckx había ganado el año anterior, donde hizo segundo este. Antes del Giro, antes de Savona. Tiempos felices, sonrisas, la sensación de ser totalmente inalcanzable. Esa primavera se impuso en San Remo, en París-Niza, en Lieja, en el Tour de Flandes. Imposible de domeñar, inasequible. Y después…Savona. Pero quedaba tan lejos Savona (en Savona Eddy Merckx fue descalificado de un Giro de Italia que tenía completamente bajo control).

Faltaban seis días y Gimondi penaba a casi dos minutos, la carrera entregada, la superioridad reconocida. Y entonces, aquello. Positivo por femcafamine. Merckx siempre lo negó. Una conspiración, apuestas, la mafia. Nada importa, está fuera. Después la vuelta a casa, el entrenamiento aun más rudo, aun más volcado. Tiene algo que demostrar. Tiene muchos mordiscos guardados en el alma.

Quedaba, sí, lejos Savona. Solo que no para todos. No, desde luego, para Guillaume Driessens, el director del Faema. Él teme que Eddy se muestre tenso, que los periodistas los arrollen con preguntas malintencionadas, que los nervios acaben devorando a lo que no es sino un chico de 23 años y 12 días. Así que Driessens toma una decisión: Eddy Merckx será el primer ciclista en tomar la salida en el Tour de Francia de 1969. Así podrá refugiarse luego en su hotel y después, si hay suerte, volver a recoger las flores del ganador. Cero presión. A Eddy la idea no acaba de seducirle. Los buenos salen al final en las cronos, todo el mundo lo sabe. Es la tradición, es como debe de ser. Pero acepta.

Parte como una centella, tarda solo trece minutos y siete segundos en recorrer los 10.400 metros previstos en la ciudad de las hilaturas. Después, casi sin detenerse en meta, a su bunker. Esperar. Solo podrá ser el segundo mejor del día, porque Rudi Altig clava los trece minutos. Merckx se encara con su director. Nunca más haremos estas tonterías. Nunca. Es solo el prólogo, un premio menor, algo nimio. Quizá incluso resulta preferible no haber cogido el amarillo desde el principio. Demasiado foco, demasiadas entrevistas, protocolos y fotografías en el pódium. Qué más da. Eddy lo quiere todo, siempre, desde el principio. Driessens sonríe. En el fondo le encanta que su pupilo, ambicioso, la tome con él.

Le puede su ambición, el ansia inmensa que devora todo a su paso

Faltan unos cincuenta kilómetros para el final de la sexta etapa. La que termina en el Ballon d´Alsacia, ese puerto de cumbres verdes y fondos azules que fue hollado por la Grande Boucle, por primera vez, en 1905. El pionero de la montaña, el símbolo buscado por Desgrange para demostrar que su prueba era aun más chauvinista que el propio chauvinismo. Hasta entonces el Tour ha ido relativamente tranquilo. Al menos lleva así tres días, porque los dos primeros, en realidad, han tenido de todo. Una crono por equipos que gana el Faema de Merckx. Sendas llegadas (una jornada y un sector) a Woluwe Saint Pierre y Maastricht. En ambas ha atacado el belga. La primera vez se explica, tímido: “Es que mis padres tenían una tienda de alimentación en Woluwe Saint Pierre, y me hacía ilusión intentar ganar allí”. La segunda ya nadie pregunta, nadie le cree. Le puede su ambición, el ansia inmensa que devora todo a su paso. Hasta que, sin saber muy bien la razón…descansa. Durante solo tres jornadas.

Se empieza a bajar el Col de la Grosse Pierre. La Piedra ancha, fuerte. Como las espaldas del alemán Rudi Altig, el ganador del prólogo, que aprovecha su peso, sus maravillosas dotes como descendedor, para escaparse del grupo. Demasiado lejos, piensan todos. Demasiado tarde, dirán después.

Porque en un momento, ya en el llano, el pelotón se descontrola. Saltan Joaquín Galera, Rinus Wagtman, Roger de Vlaeminck. Y después él. Él. Pero dónde va ese chaval, dónde va ese belga loco. Con todo lo que queda, si aun hay que subir al Ballon, al puerto mítico, al anciano venerable, si la etapa termina en su cima. A dónde va pedaleando como si la llegada fuese más allá de la siguiente curva, y de la siguiente, y después de la otra de más allá.

Las diferencias al final de esa jornada ya mítica son gigantescas

Se acaba conformando un grupo de cinco. Y en las primeras rampas del Ballon, cuando quedan casi nueve kilómetros de puerto, Merckx lo vuelve a hacer. Coge la cabeza, empieza a tirar con todas sus fuerzas, descuelga a sus compañeros como cuentas viejas de un collar muy feo. Vestido con el maillot blanco de mejor joven (blanco pureza, blanco de historias por escribir) Merckx sentencia el Tour a las primeras de cambio. Las diferencias al final de esa jornada ya mítica son gigantescas. Galera es el único por debajo del minuto. Altig llega a dos, Roger de Vlaeminck a poco más de cuatro. Janssen, Gimondi, Pingeon y el resto de los favoritos cruzan la línea a cuatro minutos y veintiún segundos del prodigio. Nadie puede entender qué ha ocurrido. Nadie quiere admitir lo que estaba por llegar…

Por detrás, el drama. Uno que pasa casi desapercibido en su momento, que adquirirá todo su simbolismo con el paso de los años. Un chico joven, de la edad de Merckx. Nacido en Cuenca, pero afincado en Francia, que corre para el Fagor. Luis Ocaña, se llama. Gran promesa, magnífico croner, todo raza, estuvo a punto de imponerse esa misma primavera en la Vuelta. Llega al Tour con ambiciones. No ganar, quizá, pero sí hacerlo bien, estar ahí, conocer la carrera. Todo se le segó durante esa sexta etapa. Al pie de ese Grosse Pierre que es ya historia. Ocaña cae y golpea el asfalto con su rostro. El mentón abierto, sangre a borbotones sobre su maillot blanco de Fagor. Semiinconsciente logra subirse a su bicicleta y avanzar casi por inercia. Sus compañeros acuden en su ayuda, lo escoltan, lo empujan. Perderá más de 17 minutos en la cima del Ballon d´Alsacia.

Hoy podemos verlo de forma paradójica, casi como una broma de mal gusto, pero hubo un tiempo en el cual a Eddy Merckx no se le respetaba en el pelotón. Sí, es bueno, tiene potencia en las clásicas, gana en el Giro…pero oigan, esto es el Tour, y el Tour es otra cosa. Y el mozo… bueno, poco menos que un advenedizo, hágame caso. “Estoy convencido de que el Van Looy de los años 62 al 64 le podría dar mucha guerra en el llano. Y estoy igualmente convencido de que, si estuviese presente Anquetil, o Bahamontes, o los mismos Gaul y Adriaenssens la victoria no iría a parar a mi compatriota. En mi época los adversarios de calidad eran numerosos…”. Lo decía Rik van Looy, el Emperador de Herentals, el mismo tipo arrogante y de espíritu agresivo que había hecho la vida imposible a Merckx durante su primer año como profesional. Eres blando, Eddy. Eres un paleto, Eddy. Qué más daba que fuese su compañero, la personalidad de van Looy exigía tributos de corduras ajenas. Merckx abandonó muy pronto aquella jaula de grillos que era el Solo-Superia, y guardó en lo más profundo de su alma todas las faltas de respeto que Rik le había ido regalando…

Merckx, silencioso, callaba. Rumiaba, quizá, venganzas por venir

No era el único, ojo. Aun después de la “explosión” del Ballon de Alsacia los había que querían mirar hacia otro lado y evadirse de la realidad. El que más abrió la bocaza fue Roger Pingeon. Ganador del Tour dos años antes. De la Vuelta a España esa misma primavera, por delante del bullicioso Ocaña. Se mostraba aun confiado antes de los Alpes. “La superioridad de Merckx es más aparente que real”, decía, “hemos perdido unos minutos en el Ballon, sí, pero eso es porque no le dimos importancia a esta etapa. Él atacó duramente ante un obstáculo que el resto subestimamos. Fue una sorpresa, fue un fracaso”.  Merckx, silencioso, callaba. Rumiaba, quizá, venganzas por venir.

La estampa de Eddy Merckx sobre una bicicleta es perfectamente reconocible. La espalda muy inclinada, los brazos ligeramente flexionados, las rodillas demasiado abiertas para lo que mandan los cánones. Merckx pedaleaba con los hombros, con las caderas, con los riñones, moviendo todo el cuerpo en una danza que hubiese resultado grotesca de no haber sido tan efectiva. La pesadilla de un Anquetil, por ejemplo.

La llegada de Eddy Merckx cambió por completo la fisionomía de este deporte

Solo que su forma de actuar en carrera es igualmente característica. La llegada de Eddy Merckx (la gran llegada de Eddy Merckx, y este Tour de 1969 será la confirmación definitiva de lo que está por venir) cambió por completo la fisionomía de este deporte. Siempre en cabeza, siempre tirando. Para atacar o para defender, para imponer un ritmo de desgaste o para intentar minimizar pérdidas. El belga pasaba horas y horas cada año de cara al viento, comandando grupos cada vez más y más pequeños, hasta que se iba en solitario, y todo el pelotón era solo un hombre, y los periodistas, hastiados, mascullan entre dientes mientras buscan un adjetivo novedoso, una imagen particular, una metáfora original que les sirva para firmar la crónica que amenaza con ser como todas las anteriores. Eso hacía Merckx. Eso hizo, más que nunca, en el Tour de 1969.

Porque Eddy ataca. Ataca siempre, ataca cada día. En Forclaz, en Galibier, en Coronbin, también en esa colina de Espigoulier que vigila el Port Vieux de Marsella. Llega a los Pirineos con más de ocho minutos de ventaja sobre el segundo y cuatro etapas en el bolsillo de su maillot. Pero aun no es suficiente. No para él. No. Debe ahuyentar las dudas, espantar viejos fantasmas. Los del Solo-Superia, los de Savona. Tiene que entrar en la historia. Y solo se le ocurre una forma de hacerlo. La más ambiciosa. La más cruel.

Quedaba la obra maestra. La más grande, la más, precisamente, innecesaria

Porque quedaba, sí, la obra maestra. La más grande, la más, precisamente, innecesaria. Quizá ambas cosas sean la misma, al final. Por mitad de los Pirineos, cruzando los cuatro grandes Cols. Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Aubisque. Como Lapize en 1910. Como Vietto, Trueba, Bahamontes, Magne, Bartali, Coppi. Como Buysse, su compatriota, en mitad del apocalipsis. Allí Merckx quiso trascender. Aunque él lo niegue: “Solo ataqué por precaución, para bajar tranquilo. Y ya después me limite a ir aumentando diferencias”. Qué más da el origen, importa solo el final. Una aceleración casi en la cima del Tourmalet, del viejo Tourmalet, del gran puerto. Una bajada rápida, fugaz. Una aventura que parece hecha con mimbres de otro tiempo. Pero él, Eddy Merckx, continúa.

Al final del día, en Mourenx, muy cerquita de Pau, Eddy ha entrado en los libros de oro del Tour. Unos 140 kilómetros en solitario, en mitad del calor de julio, subiendo y bajando algunas de esas cumbres que han hecho grande al ciclismo. Cuatro horas recibiendo aplausos en el Soulor, escuchando el roce de sus tubulares contra el asfalto en el Circo de Littor, bajo el sol abrasador de esa braña eterna que es la cima del Aubisque. El señor de los Pirineos, a partir de entonces. El segundo en la etapa llega a ocho minutos. Merckx, agotado, con la mirada borrosa, sonríe. Jamás volverá nadie a poner en cuestión su victoria. Dancelli, uno de sus rivales, es muy claro. “Cuando nosotros llegamos él ya ha terminado de ducharse”.

Un belga va a volver a ganar el Tour. Tres décadas más tarde. El último fue Sylvère Maes, en julio de 1939. Quedaban seis años para que naciera Eddy Merckx. Faltaban dos meses para que empezase el infierno.

“Merckxismo”, publicará L´Equipe

 el Tour de Francia de 1969

Una psicosis. Los periodistas no saben qué decir. “Merckxismo”, publicará L´Equipe. “Una de las mayores demostraciones atléticas que yo jamás haya visto”, dirá Blondin, antes de seguir hablando de Armstrong y Collins. Pellos, el ilustrador oficial del Tour (solo que no es un ilustrador, o no solo un ilustrador, sino algo más cercano al filósofo, al poeta) se despacha a gusto. Eddy Merckx es un diablo con cuernos y rabo que cocina, a fuego lento, a todos sus rivales. Eddy Merckx pedalea sobre una bicicleta que en vez de ruedas lleva dos piedras de apisonadora. A su espalda Alpes y Pirineos parecen ya las Landas de pinos y playas. Eddy Merckx es el forajido del cartel, el de “Se busca”, el de “Dangerous man”, aquel a quien todos los cowboys-ciclistas intentan capturar. Y el definitivo, el dibujo más simbólico, el más hermoso también. Ese que presenta al belga subido sobre unas piedras con los nombres de sus premios. Equipos, maillot verde, combatividad. Lleva en la mano un gancho con el que intenta alcanzar la Luna. La única conquista que le falta. A un lado un grupo de campeones derrotados mira con envidia a nuestro satélite. Poulidor, admirado, pone palabras. “Mírala, no alcanza a cogerla”. Ese es su consuelo…

El balance final del Tour 1969 es desolador…salvo que te llames Eddy Merckx. Queda primero en la general. El segundo, Pingeon, arrastra pérdidas de casi 18 minutos. Poulidor se va más allá de los 22. Es la mayor diferencia entre los dos cajones más altos del pódium desde 1952… cuando ganó Coppi, nada menos.

Eddy se ha impuesto en seis etapas individuales, además de la crono por equipos. Gana el maillot de la regularidad (244 puntos, por 149 de Jan Jansen), gana la clasificación de la montaña (155 por 94 de Pingeon), es el mejor joven, el más combativo, su Faema se impone por equipos…con menos diferencia de la que Eddy consigue. Una masacre. Una que sabe, además, a prólogo. Nada menos. Lo que aun está por venir. Eddy Merckx. El Caníbal.

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