¿Qué ocurrió…? El uso de los cascos en el pelotón
El 12 de marzo de 2003, mientras se disputaba la segunda etapa de la París-Niza, el corredor kazajo del Cofidis Andrei Kivilev, sufría una tremenda caída que le dejó con varias costillas rotas, fractura craneal y un coma que lo condenaría a la muerte un par de días más tarde en el hospital de Saint-Étienne. Andrei tenía 29 años. Pasado un mes del accidente de Kivilev, la UCI introdujo en su reglamento una de las leyes más aplaudidas de la controvertida institución suiza; la obligatoriedad del uso del casco en el pelotón profesional.
Breve historia del casco en el ciclismo
Desde que la bici llegó en formato velocípedo sobre el 1860, el tema de la seguridad y la protección de la cabeza han sido uno de los puntos más a tener en cuenta a la hora de ponerte a dar pedales y no morir en el intento. Cuando en los 70 (1870) la rueda delantera amplió su diámetro a dimensiones circenses y se recubrió con caucho la llanta, las ‘bicis’ del momento comenzaron a ir tan rápido como a caer igual de rápido. Y salir por delante en una bici con semejante altura seguro que no era nada agradable.
Además, como la bici del momento molaba y molaba mucho, se comenzaron a crear clubes (ya estamos hablando del 1880) y las carreras eran casi ‘a muerte’ y no en sentido figurado… Con la velocidad llegó la necesidad de protegerse y con ello comenzaron a usar los llamados ‘salacot’ que no eran más que una especie de sombrero realizado con tiras de palma y recubierto de lona, que duraba una caída, pero que al menos protegía algo. ¿Sabéis el típico sombrero de explorador a caballo? Pues ese.
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Del “look” explorador nos vamos a principios del siglo XX, donde las carreras de ciclismo empezaban su eclosión y donde comprobaron de manera lógica que las peores lesiones y/o accidentes tenían como punto de mira la cabeza del ciclista. Aquí es donde las ‘chichoneras’ de nuestra historia más reciente comenzaron a evolucionar súper rápido, con diferentes tiras de piel rellenas de lana, que decoraban las cabezas y que al menos algo hacían cuando daban con sus huesos en el suelo.
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