Hoy no hay carreras

Parones ciclistas en la historia, las otras veces que se detuvo el ciclismo

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Autor Maillot Marcos Pereda
Autor de la fotoMariano Herranz, Getty Images, Archivo

Fecha de la noticia 16/05/2020


No es la primera vez que para, el ciclismo. Antes de la pandemia por el coronavirus y los confinamientos obligados los ciclistas se vieron obligados a dejar de dar pedales por motivos más sangrientos. Especialmente en Europa. Estas han sido las veces que paró el ciclismo.

Parones ciclistas en la historia, las otras veces que se detuvo el ciclismo

Hace solo unas semanas. Y parecen siglos. Entonces, en ese tiempo ya fuera del tiempo, una carretera vacía era oscuro objeto de deseo. Imaginen. El Tourmalet sin nadie, serpiente gris que se aferra a la montaña. Ni un coche, ni un ciclista. Todo para nosotros. Sí, algo parecido a la felicidad.

Hoy todo ha cambiado, aunque la imagen sea la misma, porque la realidad es algo que construimos a cada momento, y no hay dos iguales. Los caminos sin bicis nos parecen agobiantes, casi de pesadilla. Deseamos llenarlos con pelotones, con 200 tipos vistiendo licras demasiado ajustadas y sudando como puercos. Oh, sí, qué bonito.

Pero oigan, que no es la primera vez. Que se suspenden carreras, digo. Si me acompañan se lo cuento. Y además este artículo, como los cuentos malos, viene con moraleja al final.

(Pero no vale saltarse el texto entre medias, que nos conocemos).

La Primera Guerra Mundial

A la Primera Guerra Mundial sus contemporáneos la llamaron “Gran Guerra”. Por su crueldad, sí, inmenso espíritu de destrucción. Pero, sobre todo, porque pensaban que jamás el mundo volvería a vivir unos episodios tan dramáticos. Nunca sabremos si era resiliencia o falso optimismo, pero no acabó de funcionar.

Con todo, será el conflicto más devastador en cuanto a su relación con el ciclismo. Más allá de la suspensión de carreras (que la hubo, claro) el 14-18 se lleva por delante a no pocos ciclistas profesionales. Algunos de ellos muy prominentes. El retorno a las competiciones tendrá, sí, un pelotón demediado.

Además, la guerra se entrelazó con bicis desde su mismo comienzo. “Les puedo prometer que en nuestro periódico solo trataremos el deporte, nada de política”. ¿Saben quién escribió estas palabras? Sí, Henri Desgrange, en el número uno del diario L´Auto-Velo, publicado el 16 de octubre de 1900.

Seguimos. “Mis pequeños muchachos, mis queridos pequeños muchachos, mis queridos pequeños muchachos franceses. Escuchadme detenidamente. En los catorce años que L´Auto lleva publicándose cada día jamás os he dado un mal consejo, ¿verdad? Así que escuchadme. Los prusianos son unos bastardos. (…) Tenéis que ir a buscar a esos bastardos. Creedme. Es imposible que un francés caiga ante un alemán. Es un encuentro enorme para luchar en él: usad todos vuestros trucos. (…) Cuando la culata de vuestro rifle esté sobre sus pechos ellos clamarán por vuestra compasión. No les dejéis engañaros. Apretad el gatillo sin culpabilidad, y cuando hayáis eliminado a todos cuantos sea necesario… entonces veremos”.

¿Saben quién escribió estas palabras? El niño del fondo, el que levanta la mano… correcto. Henri Desgrange, en la edición del 2 de agosto, año 1914, periódico L´Auto (el “Velo” se le había caído por unos asuntillos judiciales). Ya ven, de vez en cuando sí que hablaba de política el buen hombre. Ah, este artículo apareció impreso en tinta roja. Por si no llamaba lo suficiente la atención, supongo.

Igual estaba inquieto ante la posibilidad de que su apreciado juguete, el Tour de Francia, no se celebrase durante unos años (o igual pensaba así, vaya usted a saber, que lo de gustarte la juerga y las bailarinas ligeras de ropa no choca con que quieras matar unos cuantos boches). Efectivamente, la Grande Boucle había concluido apenas una semana antes, el 26 de julio de 1914. Victoria para Philippe Thys. Tardaría un lustro en volver. 29 de junio de 1919. Victoria para Firmin Lambot.

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Cruces de los héroes de la IGM en Bélgica
Cruces de los héroes de la IGM en Bélgica

Entre medias, como dijimos… el caos. Tres ganadores de la prueba se dejan la vida en el campo de batalla. Lucien Petit-Breton, François Faber, Octave Lapize. También cae Lafourcade. Es decir, que a quienes franquearon en cabeza los cuatro grandes cols en la legendaria Luchon-Bayonne, verano de 1910, les quedaban solo un puñado de años por vivir. Y otros menos conocidos. Marcel Kerff. O Camille Fily, el más joven de siempre en terminar el Tour de Francia (17 años recién cumplidos en 1904), que además encontró el final en otro nombre mítico para el mundo del ciclismo: Kemmelberg. O Emile Engel. O René Etien y Maurice Dejoie, ambos arrastrados por la matanza de Gallipoli. Y tantos más. Para qué contar a todos.

El pelotón demediado.

Otros, claro, vivieron para contarlo. Los australianos Iddo Munro y Donald Kirkham, los primeros de aquel país en correr el Tour. Ni siquiera llegaron a viajar a Europa. La carrera francesa los había dejado tan exhaustos, tan vacíos de fuerzas, que fueron considerados como no aptos por el ejército. También volvió a casa Marie Marvingt, quien llegó a obtener la Cruz de Guerra por su heroica actuación bombardeando posiciones alemanas en los Dolomitas desde su avión. Jamás llegó a competir en el Tour, pero sí lo intento en 1908. Lo sentimos, le dijeron los organizadores, no va a poder ser. ¿La razón? Su sexo. Marie Marvingt fue la primera mujer que quiso disputar la Grande Boucle

Curiosamente en otros países se intentaba vender una cierta sensación de normalidad. Italia, por ejemplo. El Giro de Lombardía se disputa cada año, sin suspenderse ninguna vez (en 1917 y 1918 incluso llega a participar Alfonsina Strada). La San Remo falla solo en su edición de 1916. Las carreras tienen como apoyo coches militares, algunos carros blindados de esos de la Primera Guerra Mundial que hoy en día nos parecen más de los “Autos Locos” que máquinas de fabricar huérfanos.

Con todo, los ciclistas se quejan. Qué carreteras son estas, ¿usted entiende estos baches? Quizá son efecto de los bombardeos… No, no, es el Gobierno, que no arregla los caminos porque dedica todo su dinero al tema ese de la Guerra… no hay derecho, ¿verdad?, no hay derecho. La situación es llamativa, aunque Caporetto, la Guerra Blanca y Alto Adigio queden muy lejos de Lombardía y Liguria.

El Giro de Italia, eso sí, se suspende durante cuatro ediciones, entre 1915 y 1919. La última disputada antes de la hecatombe, año 1914, tiene el mérito de ser considerada la carrera por etapas más dura de siempre. Ocho jornadas, la más corta de 328 kilómetros, media de casi 400, solo unos pocos hombres pudieron acabar. El último, Umberto Ripamonti, octavo final, lo hizo a más de 17 horas…

(Eso sí, la Gran Guerra nos regaló otro espacio sacro para el ciclismo cuando los austríacos, por razones bélicas, abrieron una carretera imposible entre Bormio y Ponte di Legno. Muy cerca de su cima, a más de 3.000 metros de altitud, se excavaron las trincheras más crueles y gélidas de todo el conflicto. A aquel puerto nuevo lo llamaron Passo di Gavia).

Búnker de la IGM que se puede ver a lo largo del recorrido de la Paris-Roubaix

Otras clásicas sí que hubieron de suspenderse. Cómo no, estando casi en el corazón del conflicto. Fue el caso de la París-Roubaix, ausente del calendario competitivo entre 1915 y 1918. A su vuelta en 1919 las carreteras estaban en tan mal estado que los periodistas le pusieron un sobrenombre que aun dura hasta nuestros días. El Infierno del Norte (sí, no es por los adoquines, que esos eran casi autopistas para la época, sino por menudencias como cráteres, pueblos destruidos y olor a putrefacción en los campos). Por cierto, ese año venció en la carrera Henri Pélissier, veterano de guerra.

Tramo de pavés de la Paris-Roubaix

Lieja aun hubo de suspenderse antes, en 1914, porque la carrera debía celebrarse en unas fechas en las cuales Europa ya se iba calentando bastante. No volverá hasta 1919. Y De Ronde van Vlaanderen también estuvo sin celebrarse en el mismo periodo, pero esto tiene menos importancia, porque tan solo llevaba dos ediciones por aquel entonces. La inauguración llegó en 1913, con victoria de Paul Deman en la pista de ceniza de Mariakerke (caída de uno de sus compañeros al estanque que había en el centro del óvalo incluida).

Este Paul Deman tendrá más historias para contar sobre la Primera Guerra Mundial, cuando actúe como espía de la resistencia belga llevando documentos en un diente de oro que había ahuecado a tal efecto. Hasta que los alemanes le pillaron. Juicio sumarísimo un 10 de noviembre de 1918, condena a ser fusilado en el siguiente alborear. Sucede que el destino es caprichoso, y resulta que esa misma noche se firma el armisticio, así que aquí no nos cargamos a nadie, cojones, a ver si nos van a acusar de asesinato. A Deman, por cierto, casi se lo cepillan unos días después las tropas británicas, parece que mitad por su cerrado acento germano y mitad porque tenía malas pulgas. Al final todo se aclaró y el tipo salió con vida…

No lo intenten en sus casas.

La Guerra Civil Española

“Íbamos subiendo el Alto de El León y en la cima vi milicianos excavando trincheras”. Lo cuenta Fermín Trueba. De la Clásica de los Puertos. Madrid-Madrid, un total de 185 kilómetros. Edición de 1936. Nada menos que el 19 de julio. Aquel día Fermín fue segundo, justo por detrás de Antonio Montes, un buen ciclista sevillano al que las guerras le segaron su trayectoria deportiva. Como al pequeño de los Trueba, vaya, que jamás llegó a debutar en el Tour.

Pero hablábamos de otra cosa. Las suspensiones que se producen en un solo país. A causa, claro, de una contienda civil. Como el epicentro del mundo ciclista está en Europa vamos a tener pocos ejemplos de esto, que ya saben que el pasado siglo en el Viejo Continente era más de matarnos todos contra todos que de centrarnos en el vecino (ese que me mira mal cada mañana, joder, qué asco le tengo). Pero algunos hay, vaya.

El más doloroso, por cercano, es la Guerra Civil Española. Tres años sin Vuelta Ciclista. La de 1936, segunda edición, terminó frisando junio. El doce de ese mes, solo que del año 1940, retornará la carrera. Muy distinta, claro, como bien diferente es el país.

Serán apenas 32 valientes los que salgan de Madrid a las ocho de la mañana. Ese día la Royal Air Force bombardea el Rhur y el Rhin. Mientras tenga lugar la novena etapa Hitler comenzará su Operación Barbarroja, la de invadir la URSS. Ya ven, Europa andaba a otro ritmo, y las bicis no tenían cabida.

Pero aquí no. Los ciclistas están frente a la Delegación Nacional de Sindicatos y Obra Nacional de Educación y Descanso, institución dirigida por Enrique Uzquiano, que era presidente de la Unión Velocipédica Española, sí, pero sobre todo General de Brigada, que una cosa no quita la otra. Vamos, vencedor frente a los rojos malvados, decía él. A las 8:45, antes de la salida oficial, todos cantan el “Cara al Sol”, brazo en alto, bien apretaditos, que pasamos lista.

¿Quieren más rarezas? Solo hay cuatro maillots. Dos nos suenan hoy en día, aunque no de las ruedas: Real Club Deportivo Español y Fútbol Club Barcelona. Ya ven, qué cosas. Los otros dos son el rojo con cruz blanca de los cuatro suizos (todos bastante malos, solo Waucher acabó la prueba, penúltimo) y uno de color ceniza (observen la sutil metáfora) con un escudo en el pecho y proporcionado por la Delegación antes citada. Vamos, el que se le daba a los independientes. Se pueden imaginar.

Así las cosas, que la carrera fuese durísima, caótica, épica y, sobre todo, triste (con las cunetas aun removidas, con viudas de luto apostadas en cada pueblo) no debe sorprender a nadie. Y aquí nos quedamos, para qué continuar.

Las otras dos grandes carreras que se celebraban en la España de la época también debieron suspenderse a causa de la Guerra Civil. La Volta, casualidades de fechas, solo perdió dos ediciones, y tuvo el mismo vencedor antes y después en la figura de Mariano Cañardo. Solo le cambiaron la bandera, claro. País Vasco estuvo ausente desde 1936 y solo volvería en 1968, así que la cosa fue más allá del parón bélico. Eso sí, su palmarés pasa de Gino Bartali, a Jacques Anquetil. Que así da gusto, oigan.

Por su parte la Vuelta a Levante estuvo sin correrse de 1934 a 1939, la Vuelta a Asturias tuvo un traspiés en 1929 y no se volvió a organizar hasta 1946 y tanto Galicia como Andalucía vivieron altibajos entre crisis de dineros y sangre derramada. La Vuelta a Cantabria, por último, anduvo que sí, que no, entre 1927 y 1939. La de 1940 tuvo como ganador a Fermín Trueba, por cierto, el mismo que había visto milicianos en El León (que, para entonces, se llamaban Los Leones de Castilla, porque hasta los puertos tuvieron que adaptarse al Régimen en aquel tiempo).

Curiosamente los Campeonatos de España de ciclismo en ruta sí que tuvieron una cierta continuidad. El de 1936 se celebró en Palma de Mallorca, mes de junio (contrarreloj de 150 kilómetros, un paseo), mientras que las ediciones de 1938 y 1939 tuvieron lugar en Bilbao y Santander, respectivamente. Solo faltó la de 1937, que ya hubiese sido milagroso. El Campeonato de España de Montaña (una cosa muy llamativa que ponía dureza a mansalva para buscar al mejor escalador del país) vivió su primera edición en 1940. Fermín Trueba, claro. Ganó también las tres siguientes, porque el “Mini” era así, un motor excelso.

El otro ejemplo de paréntesis bélico en Europa provocado por guerra civil lo tenemos, claro, en la Vuelta a Yugoslavia. Sí, amiguitos, quizá no les suena, pero esta carrera nace en 1937, y (salvo unos añitos suspendida por aquello de los nazis, los ustacha de Ante Pavelić y todas esas cosas tan feas) se celebró de forma ininterrumpida hasta 1989.

En el palmarés hay mucho nombre escrito con alfabeto cirílico, unos cuantos búlgaros y alemanes, algunos soviéticos de apellido impronunciable (sobre todo a partir de los años setenta) y ciertos viejos conocidos de todos. Como Luigi Malabrocca, la eterna maglia nera, que triunfó allá por 1949 mientras aprovechaba el viaje a la tierra de Tito para hacer un poco de contrabando (hay que sacar dinero de debajo de las piedras, que estamos en posguerra y anda Italia agitada). O Joop Zoetemelk, quien logró la victoria en 1969, su último año como amateur. Doce meses antes fue segundo Gösta Petterson (con los años vencedor del Giro), y doce más tarde será tercero Hennie Kuiper (ya ven, la época dorada). También hizo pódium Piotr Ugrumov, antes de ser letón (y antes de ser Teniente del Ejército Soviético, vaya).

El caso es que en 1989 ya poco sentido tenía una Vuelta a Yugoslavia, cuando Yugoslavia apenas existía más allá de la imaginación popular. Eslovenia y Croacia cada vez presionaban más para conseguir más y más atribuciones financieras y de gobierno, y Serbia cada vez presionaba más para cepillarse unos cuantos bosnios al oeste y algunos kosovares al sur. La Vuelta no volverá a celebrarse hasta el año 1994…

Por último, tenemos el caso del Tour de Argelia, que se corre entre 1949 y 1953, y será suspendido cuando la situación política en la colonia gala iba tornando cada vez más y más complicada. Años más tarde, en 1970, volverá un Tour de Argelia distinto, novedoso. Uno que ya no recorre departamentos franceses sino el territorio de todo un país soberano.

La Segunda Guerra Mundial

Se lo advertimos más arriba… lo de “Gran Guerra” era demasiado optimista. Efectivamente, a partir de junio de 1939 el género humano se vio inmerso en la (esta vez sí, espero que no nos equivoquemos) mayor conflagración bélica de su Historia. Durante seis años. Entre 50 y 75 millones de muertos, depende de a quién quiera leer usted.

Y el ciclismo, claro, que se vuelve a parar. Solo faltaría.

El Tour, por ejemplo, deja de celebrarse entre 1940 y 1946. Y no por falta de interés de algunos, ¿eh?, no se crean. Nazis, más que nada, que querían levantar el animo a los franceses después de las bombas, y los abusos, y las muertes. Qué tipos más majos. Así que, con el único objetivo de subirle la moral a los enfants de la patrie, las fuerzas invasoras encargaron a Jacques Goddet que organizase un Tour de Francia para el año 1942 (Desgrange había muerto en 1940, se quedó sin sufrir esta humillación). Monsieur Goddet, muy amablemente, mandó a los germanos a recoger patatas, quedando marcado ante las autoridades, pero manteniendo intacta su dignidad, que en tiempos de guerra no es poco…

Así que se tiró por la segunda opción. Un periódico de los nuestros, de los inequívocamente pro-Vichy. La France socialiste (que no se pierda la ironía en este duro trance). Su director es Jean Leulliot, organizador ya de varias carreras (con el tiempo relanzará la París-Niza y estará detrás del primer Tour de Francia femenino, celebrado en 1955) y cuya ideología era de color verde y venía acuñada en papel moneda. Así que, nobleza obliga, monta rápidamente algo que llama Circuit de France, a celebrarse entre el 29 de septiembre y el 4 de octubre de 1942. Seis etapas (una con doble sector) para un total de 1.650 tocando ciudades como París, Limoges, Saint-Étienne, Lyon o Dijon. Y ahora a por los ciclistas, debió pensar Jean.

Claro, hubo problemillas. Algunos, muy escrupulosos ellos, se negaban a formar parte de lo que consideraban una afrenta al orgullo galo. El que más diáfano lo tenía era Émile Idée. Que no, que no cuenten conmigo. En fin, pensó Leulliot, en tiempos difíciles se imponen soluciones drásticas. Así que, simpático, mandó a la Gestapo para que obligase al bueno de Émile a subirse sobre su bicicleta y pedalear como si le fuera la vida en ello. Que le iba, vaya. Octavo en la clasificación final…

Aquel engendro lo conquistó el belga François Neuville, con Thiétard y Caput, dos franceses, completando el pódium. Aunque Leulliot se mostraba muy ufano por su éxito (hacía caso omiso del silencio que sustituyó a los habituales aplausos al paso de los forçats) anunciando una segunda edición para 1943, ésta jamás llegó a celebrarse. Seguramente porque para entonces los nazis tenían otras cosas en que pensar, y La Résistance dejaba cruces de Lorena aquí y allá. O porque era un disparate, vaya.

El Tour, el de verdad, el bueno, volvió en 1947. Victoria de Robic, que era pequeño, feo y esforzado. No es mal (re)comienzo.

El Giro suspendió menos ediciones. Solo entre 1941 y 1945 no se disputó. Antes y después… leyenda. En 1946 una cosa que dieron en llamar Giro de la Rinascita, Giro del Renacimiento. Imaginen, ahí es nada. Y en 1940 otra cosa. La presentación de un jovencito convertido, casi inmediatamente, en gesta. Fausto Coppi. Apenas veinte años y ya gana su primer Giro. Corre para la Legnano (camisola verde, mangas rojas), y le ayuda en el esfuerzo su compañero (más maduro, más experimentado) Gino Bartali. El futuro se presenta luminoso para él.

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Fausto Coppi en 1940. Foto de Roger Viollet (Getty Images)

El nueve de junio de 1940 Fausto Coppi se convierte en el más joven de siempre en ganar el Giro de Italia.

El diez de junio de 1940 Benito Mussolini se asoma al balcón del Palazzo Venecia en Roma y anuncia que ha declarado la guerra a Francia y Gran Bretaña.

El once de junio de 1940 Fausto Coppi pasa a ser el soldado número 7375 del Cuerpo de Infantería. Tres años más tarde caerá preso de los británicos en Cabo Bon, Túnez, y pasará casi 20 meses en el campo de prisioneros de Megez-el-Bab.

Ya ven, la vida…

(La Vuelta a Suiza, el Tour de Bélgica y otras pruebas también fueron suspendidas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero después de esta historia no pretenderán que nos pongamos a dar datos vacíos, ¿no?)

El momento actual

Y así hasta hoy. Joder, incluso recordamos con añoranza esos tiempos (no muy lejanos) en que las carreras solo se suspendían por falta de patrocinadores. Problemas económicos. Qué ricas. Ahora no hay patrocinadores, ni carreras, y ni siquiera podemos salir a rodar (no me metan por los ojos el rodillo, porque no es lo mismo). Pero, en fin. Vuelvan a releer todo lo anterior. Hay un elemento común. Siempre. En todos los casos.

Al final, sea como sea, las carreras vuelven.

Y nosotros se lo contaremos…

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