¿Por qué nos gusta tanto Gianni Bugno?

Breve estudio sobre la clase en bicicleta

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Autor Maillot Marcos Pereda
Autor de la fotoGetty Images

Fecha de la noticia 10/05/2021


Hay grandes ciclistas que, sin embargo, no eran estéticos sobre la bici. Y otros que en la victoria y en la derrota eran (o son) el paradigma de la clase y elegancia absolutas sobre la bicicleta; porque ¿qué es la clase sino Gianni Bugno?

Breve estudio sobre la clase en bicicleta, o ¿por qué nos gusta tanto Gianni Bugno?

¿Qué es la clase?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es la clase? ¿Y tú me lo preguntas?

Etcétera.

A ver.... la clase. Ahí es nada. Cómo se lo diría yo. No es fácil, ¿eh? Algo tan etéreo. Tan... fiiiuuu. Está o no está, se tiene o no se tiene. La clase. En fin. Podríamos definirlo en negativo, que parece más fácil. Lo que no es. Probemos. ¿Sabe cuando corona ese repecho que hay cerca de su casa, ese que tiene casi en la cima un concesionario de coches? Seguro que le suena. Coño, en todos los pueblos de Europa existe un repecho así. Pues bien, cuando pasa por delante y hay poco tráfico usted se mira en el reflejo del cristal. Para gustarse, con coquetería. No finja, no pasa nada, lo hacemos todos, es de lo más natural. Pues bien, eso que contempla, esa imagen un poco borrosa, eso... eso no es clase. ¿Ven qué fácil? Si es que faltando al respeto las cosas siempre son más sencillas.

¿Clase en positivo? Pues Gianni Bugno. Y aquí podríamos terminar la pieza. Pero lo dejamos para más tarde, ¿vale? Por aquello de ganarnos el sueldo.

Entonces... lo mismo. La clase. ¿Qué es la clase? ¿Belleza? Ah, qué ganas de que sea belleza, y así puedo hacerme el interesante citando a Sorrentino, que no entendí demasiado la peli pero queda cool y posmoderno. Solo que no. O no solo. Digamos que tener clase sobre la bicicleta (porque hablamos de bicicletas, amigos, si buscan otros temas les remito a James Bond, cualquier escena de Casablanca y las fotos de Gil y Gil en el jacuzzi rodeado de pobres efebas en bikini) no es sinónimo de atractivo físico... pero lo contrario pareciera que sí.

No se me enfaden, yo solo vengo a molestar. Por utilizar ejemplos del pasado (ejem) un Jean Robic... pues oye, es hasta normal que fuese contrahecho encima de la bicicleta porque cuando se bajaba... Lo mismo Pollentier. O Robert Alban, que se ponía casi en perpendicular a la carretera cuando pedaleaba bailando, y tenía luego esa cara de tristeza, esa nariz de pianista polaco.


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Y lo contrario. Cómo no habría de ser elegante a dos ruedas Hugo Koblet. O Gimondi y su sonrisilla. O el mismo Roger de Vlaeminck, que llevaba la postura más a-co-jo-nan-te de toda la historia, con esos codos bajos, ángulo recto, la espalda que parecía una tabla de planchar. El mismo Binda, en los años veinte y treinta. De él decía Vicente Trueba que si le ponías un vaso con leche sobre los riñones al principio de una etapa el tío te entraba en meta y no había derramado ni una gota. Sprint y victoria, claro, que si no ya me dirán ustedes el mérito. El problema con Binda es que a veces se enderezaba, sobre todo cuando tenía que hacer el saludo fascista, y eso le hace perder puntos, claro...

La clase, decíamos. Parece que hemos llegado a un consenso, ¿no? Los grandes... los verdaderamente enormes, son tipos con clase. Y eso es tanto como decir elegantes. Solo que... ojo. Tampoco nos funciona siempre. ¿Era Merckx elegante? Pues oigan, no. Hay por ahí un video del belga ganando la crono larga que hubo en la Vuelta del 73 y... en fin. Lleva las rodillas tan abiertas que me paso los minutos mirando para ver de un momento a otro el cesto con huevos ahí.

Ojo, la crono mola, porque empieza y acaba al lado de mi casa, y ya solo por eso gana puntos. Pero, oigan, que Merckx elegante... no era. Tirando de riñones, demasiado inclinado sobre el manillar, los muslos que apuntan el uno a Nokere y el otro para Koerse, ya me entienden. Esos hombros al bamboleo sabrosón. Y, pese a todo... cómo para discutirle resultados el tipo. ¿Saben eso de “lo que pudo haber sido este mozo”? Pues se aplica a cualquier ciclista de la historia salvo a Merckx. Él ha sido, es y será el más grande.

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Así que tampoco. Hay más ejemplos, ¿eh? Hinault era estético cuando andaba fácil, con esos grandes desarrollos, con esos cuádriceps que parecían las torres de Frómista. Pero a malas... el tipo tiraba más atrancado que un escritor de ciclismo cualquiera en El Escudo (ejemplo totalmente aleatorio). El mismísimo Anquetil, epítome de clase para cualquier cosa que hiciese en la vida (salvo sus relaciones con las mujeres, allí el término adecuado sería “peculiar”... “un poco cabrón”, si quieren) tiene también episodios casi grotescos, como aquel ascenso al Gavia en el Giro de 1960, con el galo casi echando pie a tierra, y avanzando de forma totalmente arrítmica. En fin, que cualquier escribano suelta un borrón, también es verdad.

¿Y el tamaño? Porque el tamaño importa, ¿eh?, se lo digo yo (que soy muy alto). Desengañémonos, es más fácil tener porte “bonito” si eres grande. Eso es así, y no le permito a nadie que me lo discuta. Pero ahí no hablaríamos de clase, sino de “planta”, y además para planta la de Lucho Herrera subiendo montañas, y no vean ustedes que brizna de aire era, casi ni lo encontrabas de pequeñajo y fino. Ojo, Herrera es excepción, y Vicente Belda resultaba tema complicado encima de la bici, así que no me desdigo de lo anterior. Un Indurain, un Van Steenbergen, un Boonen o un Ganna hoy en día... joder, da gusto. Qué porte. Porte tiene menos porte, lo que son las cosas. Aunque le valga. Así que... igual los centímetros tienen algo que ver. Como ocurre siempre.

Pero... tampoco. Dime tú, dime tú que es clase.

Puede ser el no estar muriendo mientras muriendo estás. Mantener elegancia, ligereza, una cierta dulzura aun cuando caminas totalmente roto por dentro, aun cuando tus fuerzas se han ido, puf, a dar una vuelta y ahora eres solo guiñapo en manos ajenas, crueles. Esos instantes, cuando lo más fácil es tirar de riñones y empezar a retorcernos como una culebra en mitad del segado. Oh, vamos, no me hagan poner nombres, seguro que tienen unos cuantos en mente. Pues bien... evitar eso, evitarlo sólo por coquetería, sólo por pura estética... es tener clase.

(Lo contrario también nos vale, ¿eh? Quiero decir... aun nadie ha demostrado que avanzar por la carretera con las babas llegando al manillar, con la boca medio abierta, mocos abrillantando el labio superior y el cuello torcido sea más efectivo, satisfactorio o efectivo que lo otro. Así que, bueno... a los cicloturistas que no se juegan nada yo les recomendaría mantener un poco de dignidad y buenas formas. Aunque sólo sea por el aspecto estético, oigan).

Lo que nos lleva de nuevo a Bugno. Gianni Bugno. Borren todo lo anterior, para hablar de clase podríamos haber empezado aquí, con el italiano. Pero clase, clase. En todos los sentidos.

Breve estudio sobre la clase en bicicleta, o ¿por qué nos gusta tanto Gianni Bugno?

Bugno tuvo, fundamentalmente, dos problemas en su carrera deportiva. Uno, Miguel Indurain. Dos, coincidir con Miguel Indurain. El primero evitó un palmarés aun mayor (que ya lo tiene bien chulo, oigan), y, quizá, hizo que sus miras se fueran estrechando cuando aun estaba (casi) en cénit. Lo de coincidir con el navarro, en realidad, fue más problema nuestro que suyo. Vamos, que por verlo como enemigo número uno de aquel mocetón no eran (éramos) pocos los que se cebaban con Gianni.

Así. Anacoluto, iconoclasta. Esas cosas se le decían, y hasta peores. De Bugno nos provocaban sonrisas sus inseguridades, sus problemas con los descensos (cuentan que sí los corrigió escuchando música de Mozart), ese “sí pero no” que identificábamos por la época como falta de testosterona. En fin, a mí no me miren, que era un chaval, pero coincidirán en que tendíamos a ser bastante brutos. Si hasta se hacían chistes con el hecho de que fuera a un psicólogo para mejorar su rendimiento deportivo, ya ven ustedes, qué cosa más extendida. Pero, como les decía, eran otros tiempos, estábamos en lo más alto de la “Ruta del Bakalao” (con las pésimas consecuencias mentales que ello acarreaba) y los periódicos publicaban viñetas sobre Benito Floro, Butragueño y los limones. Como se lo cuento. Y ahora hay gente forrándose con lo del coaching...

Así que eso, no pudimos disfrutarlo plenamente. Algunos sí, ojo, pero a quienes nos pilló el asunto en la adolescencia pues sólo teníamos amor para el Banesto (la adolescencia es época de grandes amores) y con Bugno hasta nos cebábamos. Mira, mira, otra vez que la caga, mira qué clavado va en el Mortirolo, buuu, jódete, perdedor. Cada cual, según su grado de inquina, pero más o menos era así.

Y oye... qué pena. Porque era realmente hermoso. Así, con todas las letras. Llevo 1.500 palabras intentando definir la clase y ustedes ya lo han entendido a la perfección sólo con la fotografía de Bugno que acompaña al artículo. Lo mismo da que salga en bici, tomando café (no demasiado, que luego hay positivos por cafeína) o en la actualidad, pelo largo, ojillos azules, expresión de crápula en la cincuentena bien llevada.


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Pero aquí vinimos a hablar de ciclismo. Y ahí... bufff. A Bugno lo mirabas encima de la máquina y es que era perfecto. Tenía dos posturas: las manos agarrando el manillar por su parte curva o, más habitualmente, posadas de forma suave sobre el punto horizontal, bien alejadas de la potencia. Que tú eso lo ves ahora y te parece posición de globero. Solo que no. Él avanzaba así. Moviendo solo las piernas, porque en este deporte se trata de mover las piernas. Ni los hombros, ni los riñones, ni los codos. Las piernas. Para qué más, si lo otro solo sirve para salir feo en videos.

Una estatua, una estatua de esas barrocas, con todos los músculos marcados, hasta el último tendón definido, para eso hay que irse a Italia, con Bernini y sus colegas. Los ojos azules, el rostro pálido. ¿La boca? Cerrada, o apenas entreabierta, qué es eso de buscar bocanadas de aire como si fuésemos hipopótamos. ¿El pelo? Pues perfectamente peinado, oiga, mantengamos la coquetería. ¿Sudor? Solo a veces, y si cae lo hace de forma elegante, perlando en reflejos homogéneos el rostro, nada de chorros llenos de barro aquí y allá. En sus años buenos Gianni Bugno podía haber corrido una Roubaix lloviendo y entrar en el velódromo con el maillot impoluto. Como mucho dos o tres manchas aquí y allá, le habría salpicado la rueda trasera de Chiapucci...

Breve estudio sobre la clase en bicicleta, o ¿por qué nos gusta tanto Gianni Bugno?

Imperturbable. Tú a Gianni Bugno lo mirabas mientras estaba echando las tripas y el tío tenía la misma expresión serena, el mismo pedaleo dulce, que cualquier otro día de su existencia. Sin torcer el gesto, sin dejar escapar muecas, que es la forma que tienen algunos ciclistas de ganarse focos (a los actores les ayuda a llegar hasta el Oscar, no se crean que solo tenemos histrionismo en las bicis).

Hola Gianni Bugno, que ha caído el Muro de Berlín. Imperturbable. Qué tal Gianni, que el tipo este de la tele, el que tiene la cara un poco estirada, dice que se va a presentar a Primer Ministro italiano. Mirada de póker. Buenas Gianni, que una nave extraterrestre acaba de aterrizar en Paterna del Madera, provincia de Albacete, y amenazan con esclavizar a la Humanidad si no empezamos a adorarles como dioses y dejamos de comer patatas fritas de bolsa. Nada, ni un gesto.

Seguramente jamás fue Bugno tan Bugno como en la Marmolada, cuando una recta imposible que dicen Malga Ciapella le obligó a dejar de ser Bugno. En 1993, cuando todo el mundo azuzaba para hacer cosas que no iban con él, ni con su estilo, ni con su forma de ver la vida. Miren, no me jodan, ¿ahora me tengo que poner a atacar de lejos? Pero, oigan, es que eso... no me convence. Que igual sale bien, ¿eh?, no se lo discuto, aunque igual no, y entonces qué... ¿arrastrarme? ¿subir reptando? En fin, me meto a ello por hacerles un favor, pero nada más. No esperen que cambie.

Y para allá que se fue. Su imagen en mitad de Fedaia, bici totalmente clavada, bielas que apenas se mueven, podía haber sido penosa. Vamos, que es penosa siempre, no mire para otro lado, que a usted le ha ocurrido un montón de veces lo de avanzar echando las tripas, completamente muerto. Y no es bonito, no lo es. Ni para el ciclista ni, sobre todo, para quien está viéndolo.

Pues en él... joder, en él lo era. Era hermoso. Le marcaría el cuentakilómetros diez por hora, la cadencia por debajo de cincuenta. Todos los grandes de aquel Giro pasaron a su lado como si fuesen en moto. Inmisericordes. Rápidos. Fugaces. También feos (salvo Indurain, que es otro miembro del club). Y Bugno, en cambio, estaba allí. Derrotado. Hundido.

Soberbio.

¿Quieren saber qué es la clase? Eso era la clase.

Eso fue la clase.

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