Por qué deberías pedalear en Flandes antes de morir
Este fin de semana comienza la temporada de clásicas en Europa, con la celebración el sábado 24 de febrero de la Omloop Het Nieuwsblad, la primera carrera WorldTour que se disputa este 2024 en suelo europeo y que nos permitirá tener un primer contacto con el territorio flandrien.
Serán 202 km, con salida en Gante y llegada en Ninove, con pasos y muros tan emblemáticos como el Molenberg o el Bosberg, que seguramente volverán a brindarnos momentos de gran ciclismo.
Personalmente, y gracias a este trabajo de periodismo especializado, he tenido el placer de rodar unas cuantas veces en territorio flandrien, así que voy a tratar de explicar con palabras algo que, en realidad, es muy complicado, porque nace de las puras sensaciones. Voy a tratar de explicar por qué habría que pedalear al menos una vez en Flandes antes de morir.
La mística de la Ronde Van Vlaanderen o Tour de Flandes
Europa es la capital mundial del ciclismo por muchas cosas, principalmente porque aquí se disputan las tres Grandes Vueltas, pero también por una tradición lógica en la que influye el calendario de clásicas de primavera, y porque dentro de las clásicas, los Monumentos han creado un aura de misticismo a su alrededor que hace que afilemos los colmillos sólo con mencionarlos. Aunque sólo sea para verlos en la tele.
Pero más allá de la competición, cualquier ciclista aficionado siente, o debería sentir, el gusanillo de pedalear, al menos una vez en la vida, en Flandes. Vale, quizá la Paris-Roubaix (zona en la que también he tenido la suerte y privilegio de poder rodar) se lleve la palma, pero Flandes tiene también su aquel; Flandes también tiene mística. Entramos en territorio Ronde Van Vlaanderen.
Y es que el tópico nos dice que Bélgica es plana, pero cuando llegas allí y te toca subir un muro descubres que te han engañado… Rampas superiores al 17% ¿de verdad? A este concepto de los muros (cortos, pero muy intensos) hay que añadir el suelo adoquinado, que no es tan incómodo como el de Roubaix, pero tampoco es un lecho de rosas. Si llueve se convierte en una pista de patinaje, y en esa zona llueve habitualmente, de forma que si te pones de pie la rueda trasera resbala, si vas con demasiada cadencia, no avanzas, si vas atrancado, tampoco… y si pones el pie a tierra no vuelves a subirte a la bici hasta que no coronas.
Pero no todo son penurias, esa zona de Europa (Oudenaarde, Cortrique, Harelbeke, Kuurne o Roubaix están muy cerca y la pasión e influencia no entiende tanto de fronteras) vive el ciclismo de una forma muy especial, por lo que el ambiente que se respira es distinto. Además, aprovechando el trazado y marcado de las carreras se celebran pruebas cicloturistas que te permiten disfrutar de esos tramos completamente cerrados al tráfico, con público animándote como si de la carrera de verdad se tratase y en un ambiente único, ya que lo viven con una pasión increíble. El ambiente que se respira es único. Pero incluso aunque no nos ciñamos a una fecha determinada, el poder rodar por esos tramos es una delicia, ya que apenas hay tráfico al tratarse, generalmente, de vías secundarias o terciarias para conectar poblaciones con fincas y zonas de trabajo.
Las sensaciones de los muros y adoquines
Evidentemente esto es un aspecto muy personal. Y seguramente otros compañeros de profesión que han tenido también la oportunidad de rodar allí, o los cicloturistas que han disfrutado de la experiencia, puedan tener una opinión diferente, pero personalmente he de decir que para mí es una experiencia única. Es algo que trasciende el mero hecho de rodar, principalmente porque antes de ir te preparas para ello, con lo que te lo tomas como una carrera o una marcha extraordinaria y no como una salida más.
Pero también porque para la gran mayoría de nosotros es un terreno completamente diferente, no se parece a la orografía que tenemos en España (mucho menos los paisajes) ya que es cierto que muchos kilómetros son planos y los muros los encontramos en las colinas que rodean a algunas poblaciones, colinas de bosques o zonas de granjas y tierras de labor, convirtiendo los recorridos en continuos sube-baja que demandan más explosividad que la resistencia que demanda, por ejemplo, una jornada de puertos.
Como decía antes, los muros son razonablemente cortos (el más largo es el Oude Kwaremont con 2,2 km) pero con un desnivel muy interesante (el Koppenberg tiene un pico máximo del 22%, el Paterberg del 20%), así que la exigencia para el ciclista es diferente a lo que habitualmente estamos acostumbrados. Y salir de nuestra zona de confort es, en este caso, muy satisfactorio.
Por eso, nuestro consejo, es abrir nuestras fronteras ciclistas y plantearnos, si podemos, disfrutar de la experiencia de pedalear en “territorio Flandes” al menos una vez en la vida.
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