Una bicicleta, un inglés y cinco cabrones: en recuerdo de Michael Robinson

Michael Robinson sobrepasó los límites del fútbol, de la locución de partidos, del periodismo deportivo… Logró traspasar las barreras del balompié y rescató grandes historias de ciclismo. Este es nuestro particular homenaje.
Michael Robinson, ex-futbolista y periodista, fallecido el 28-04-2020
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Autor Maillot Marcos Pereda
Autor de la fotoArchivo

Fecha de la noticia 29/04/2020


Junio de 1987, Londres. Una vivienda grande, pero tampoco demasiado ostentosa, porque los tiempos han cambiado un montón en pocos años. O lo que a mí me parecen pocos años, vaya, que uno ya va teniendo cierta edad. Dos personas se inclinan sobre un mapa. Él se llama Michael, ella Christine. Miran un enorme plano que él (joven, pelo lacio, pinta de deportista sin pinta de deportista) ha comprado. De España. Dónde está, dónde coño está. O where is, where, fuck, is. Más o menos. Buscan una ciudad española, situada al norte. Osasuna, se llama, sí, sí. Es que me han fichado ellos, cariño, nos vamos allí a vivir.

Hay personas cuya leyenda es tan grande que parece no pertenecerles a ellos. La anterior es una anécdota que contó muchas veces Michael Robinson. Sí, no sabía que Osasuna era el equipo de Pamplona. Como aquellos oriundos, golfos ellos, que juraban tener un tío en Celta o en Hércules. Solo que igual Robinson lo adornó. O a lo mejor era cierto. Qué más da. Siempre con gracia, eso sí.

Luego jugó en Osasuna, claro. Como no dominaba el castellano dejaba algunos titulares bastante curiosos. “Prefiero ser un cabrón que un hijo de puta”, ponía (entrecomillado, letras grandes) en cierta entrevista que le hicieron para la desaparecida “Don Balón”. Juro que vi aquello en casa de mis padres, dentro de un mueble apolillado cuyos cajones apenas se podían abrir (consecuencia de guardar en ellos durante años botes y botes de pegamento, recuerdo de aquella vez que el padre estuvo trabajando en una fábrica de cola) y donde había, a ojo de buen cubero, unas 75.000 revistas y periódicos antiguos de todo tipo, desde cómics de la Marvel (años setenta, buena pasta costarían hoy) hasta “El País” o la “Interviu”, que siempre luce. No mantengo en la memoria, claro, el resto de la entrevista, y dudo bastante que el propio Robinson entendiese bien lo que significaban aquellas palabras, pero se me quedaron grabadas como el canijo que era.

(Qué tendrá Osasuna para criar estos extranjeros malhablados… años más tarde se contaba que Roman Kosecki tardó casi un año en aprender algo distinto a “joder”, cabrón” y “me cago en tu puta madre”. Aquella primera temporada lo amonestaron un montón de veces por insultar a los árbitros).

Pero hablábamos de Michael Robinson. No se me impaciente, acabará llegando el ciclismo. Decíamos que aquel tipo paliducho recalaba en la Liga Española con un currículum bastante bueno. Delantero de esos que remataban todo lo que caía cerca de sus botas. Con poca puntería, vaya, porque solo un año metió más de quince goles. Pero vamos, que tenía garra, y abría espacios, que es lo que se dice de quienes no somos demasiado buenos en lo nuestro.

Primero en el Manchester City, después en el Brighton & Hove Albion, finalmente, claro, en el Liverpool. Allí, la gloria. Un título de Liga, una Copa de Europa. Contra la Roma. En Roma. Por penaltis. “Estaba acojonado por si me tocaba tirar”, dijo más tarde. Hubo suerte, no hizo falta. Kennedy la clava y el Liverpool gana su cuarta “Orejona”. Para compensar, Robinson pierde el trofeo en el duty free del aeropuerto de Fiumicino. “Me despisté comprando tabaco para mi madre”, dijo después. O las cervezas, vaya. Sprint demoniaco y recupera el trofeo. Los segundos más largos de toda su vida, jamás había corrido tanto como aquella vez.

(Su madre, por cierto, era irlandesa. Así que él fue internacional con Irlanda, porque de aquellas no se miraban tanto estas cosas. Había nacido en Leicester, que los modernos pronuncian “Lester”).

Más tarde lo traspasaron al Queens Park Rangers (que es un club de Londres con nombre tirando a rimbombante) y finalmente recala en Osasuna. Tres temporadas, la última con salida polémica después de que le obligasen a operarse de una rodilla en contra de su voluntad. Cojera para siempre, sonrisa ensombrecida (durante poco tiempo, nunca le duró mucho el enfado) y a otra cosa. Nos queda todo un mundo por descubrir, y, ya saben, que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.

(Sigue el reportaje ↓)

Y se hizo periodista. O locutor. O algo. Seguramente se hizo Michael Robinson, que era una marca en sí mismo. Hace poco leí que Robinson triunfó como delantero sin meter goles y como narrador sin saber hablar. Qué certero, qué cabrón. Su acento del no acento era tan característico que, muchos sospechamos, jamás quiso eliminarlo. Es como si Metallica se hubiesen cortado las melenas (que lo hicieron, y ya ven ustedes qué basura aquella de los “Load” y “Reload”). En fin.

Le llegó una segunda vida. Aquella que recordamos más los “millenials” (horror de palabra). Las retransmisiones, “El día después”. Robinson era el guiri cachondo que siempre parece un poco ebrio y se ríe por todo. Vamos, como los que veo cada verano, pero de buen rollo. Que no le quiten su sonrisa, que no le quiten sus ganas de bromear, de vivir. Sentido del humor fino, irónico, a veces complicado de entender porque tenía varias capas. El anti-Benny Hill. Y el acento. Ese acento. Contando anécdotas. La primera vez que me junté con mis compañeros de Osasuna en un bar quise invitarlos a una cerveza. Éramos cinco. Todos querían la misma marca. Yo fui donde el camarero y pedí. Deme cinco cabrones, por favor.

Los cabrones. (Otra versión de la historia cambia “cabrones” por “hijos de puta”, pero la moraleja es la misma).

Era tan simpático que no se le tomaba muy en serio. Lo cual representa una ventaja, porque puedes decir cosas importantes sin que nadie se enfade (demasiado) contigo. Así se fue acercando a otras cosas. Rugby, por ejemplo, que le encantaba. O esa joya que se llama “Informe Robinson”. ¿Michael Robinson presentando reportajes calmados, serios, sobre deporte, sí, pero también sobre historia y sociedad? Déjele usted al british, que se entretenga con esto, no le harán caso, a quién le va a interesar. Y ahí empezó.

Pequeñas joyas. Muchas de ciclismo, claro. Ustedes las conocerán, porque son locos de estos temas, y varios documentales se han convertido en pequeños clásicos. Como cuando habló de Bartali, de su actuación en la Segunda Guerra Mundial, de su labor salvando la vida a unos ochocientos judíos. Justo entre las naciones. O aquella vez que presentó la historia de Luis Ocaña, héroe trágico. Con testimonios de su familia, con un tono cercano pero elevado, sin caer en sentimentalismos, sin buscar la carnaza sobre la que otros se hubieran abalanzado. Nada de gritos, nada de alharacas (nunca vieron a Robinson en una de esas horribles tertulias futboleras que pueblan las noches de insomnio… no era su estilo).

También, claro (patrocinadores obligan) hablando del Movistar. Pero no del Tour, no, qué importa el Tour. Vamos a contar cómo era la vida de Nairo Quintana, cómo huele su Cómbita natal, de qué manera son sus vecinos desde niño, igual así conocemos mejor al ciclista de ahora. O la epopeya de Adriano Malori, su lucha contra las secuelas de aquella maldita caída. O Markel Irizar y su otra lucha. David Millar denunciando el mismo mundo en el que había vivido durante tantos años.

O, en suma, aquel maravilloso reportaje en el que se hablaba de cómo el ciclismo había ayudado a restañar las heridas aun abiertas en Ruanda, apenas década y media después del genocidio que los hutus cometieron sobre los tutsis. Temas que iban más allá de dos ruedas, una cadena y un manillar. Temas que entraban dentro de lo humano, también de la Historia o la Sociedad. Al final el inglés de la sonrisa irónica, el que no sabía hablar bien español, terminó creando el producto audiovisual centrado en el deporte más serio y respetuoso de estos últimos años. Todos le dejaron, porque nadie pensaba que fuese a triunfar. Lo volvió a hacer.

Solo espero que donde esté ahora no tenga que pronunciar correctamente los apellidos de nadie. Y que haya cerveza, vaya. Mucha.

Cinco cabrones para Michael.

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