Seis vueltas para una Vuelta

Revivimos cinco grandes momentos de la historia (reciente) de La Vuelta

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Autor Maillot Marcos Pereda
Autor de la fotoGetty Images y Photo Gomez Sport

Fecha de la noticia 14/09/2021


La Vuelta, como sucede con cualquier gran carrera ciclista, nos ha dejado momentos inolvidables todos los años. Pero algunos cuentan con más épica que otros… como estos 6, que podrían haber sido 60, 600, 6.000…

Cinco lobitos tiene la loba. Cinco deducos en la mano, cinco en los pies, el último se come el huevo. Cinco instantes para saber tu futuro, cinco palabras marcando la vida. Cinco. Casi un siglo en cinco chispazos... Porque iban a ser 5 momentos inolvidables, pero, al final por necesidades y giros inesperados del guion, han sido seis. Y los que faltan. Bahamontes, Trueba, Berrendero, el Tarangu, Anquetil, Gimondi. Todos ellos. Seis momentos para una Vuelta. Qué de historias, amigos...

Ese conquense irredento. Luis Ocaña, Puerto de Orduña, año 1973.

En ocasiones perder es como ganar dos veces. Por las formas, por los rivales, por lo que pudiste rechazar y terminaste haciendo. No suma al palmarés, no busquen en webs o listados. Pero así se construyen las historias.

Eso le pasó a Luis Ocaña. No importa tanto su Tour como su negativa. A Merckx. Donde todos los demás agachaban la cabeza, sumisos, él insistió en mirar los ojos del mejor deportista que jamás hubo. Solo Fuente puede decir lo mismo sin sonrojarse. Personalidades idénticas, belga y conquense. Dominadores, crueles. No vale vencer, hay que destruir. Las carreras son números, las psiques de los rivales representan el auténtico objetivo. Solo a través de esa sumisión se llega al goce. Salió, casi siempre, mal. Para Ocaña, claro. Merckx era demasiado Merckx, seguramente. Pero rendirse no entraba en la ecuación.

Un buen ejemplo fue la Vuelta de 1973. Esa en la que los organizadores pusieron todo de su parte para seducir al belga. Caramelo en forma de prestigio (igualar a Anquetil y Gimondi como único con las Tres Grandes), recorrido benigno, bonificaciones por todos lados, morterada de pasta para él y su escuadra. “Me habéis traído para que haga segundo después de Merckx”, llegó a decir Ocaña, “y eso hago”. Parecía rendido desde el principio, desde el prólogo que fue para Eddy, desde esas primeras etapas de sueño y bostezo, de llanuras y segundines a la saca flamenca. Qué hago aquí, cómo puedo oponerme. No hay ataques, no hay combatividad. Muchos dudan de Ocaña. El otro, al menos, gana, aunque aburra. Pero él...

Llegó casi al final. El día indicado. Torrelavega y Miranda de Ebro. Doscientos kilómetros. Alisas, Los Tornos, Orduña. Golpes desde el principio. En las curvas de Alisas Eddy y Luis enzarzados. Ataque, contraataque, acelerón. Todos los demás, los demás que no son como ellos, contemplan el asunto temblando. Luego calma. Se repite jugada en Los Tornos. Y, al fin, Orduña. De los puertos grandes en aquellas Vueltas que no tenían tanta orografía. Estaban Pajares, y El Escudo, también La Sía, Navacerrada, dos o tres cosas por Pírineos. Y País Vasco. Altos cortos, pero de gran pendiente. Herraduras que suben hasta la meseta.

Es allí donde ataca Ocaña. Una vez, dos, tres. Al final Eddy ceja, porque aquel día Luis es irresistible. El público lo anima, el pasillo humano se abre justo en el último segundo para dejarlo pasar. Es inútil, la ventaja de Merckx basta, lo acompaña incluso Thévenet, que acabará ayudando en la llanada hasta meta. No importa. El conquense quería exhibirse, quería mostrar ante todo y ante todos que Merckx no es invencible, que cede ante los ataques, que cuando saca su chepa ni siquiera el ciclista-que-todo-lo-puede puede con él. Lucha de egos. Ocaña corona Orduña (maillot de bandera española, campeón nacional) con medio minuto sobre los otros dos ases. Lo pillan poco después. Al final, en meta, gana el de siempre. Tres de las cuatro últimas etapas se zampó. Qué más da. Todo demostrado. Todo, aun, por demostrarse.

El pódium de aquella Vuelta tuvo más quilates que nunca. Eddy Merckx, Luis Ocaña, Bernard Thévenet. Inigualable.

Un monstruo viene a verme. Bernard Hinault, Puerto de Orduña, año 1978.

Otra vez Orduña, otra vez un quíntuple vencedor en París. Pero hasta ahí las similitudes. El resto... cambio.

Bernard Hinault corre en 1978 su primera Gran Vuelta. Por España. Preparación cara al Tour, creerse que puede. Pocos ponen en duda la victoria, porque Hinault parece, ya entonces, el ogro implacable que todo lo amasa sobre su bici. Es, de hecho, una carrera muy tranquila para él. Pocas distancias, porque el terreno no se presta a alegrías, pero todo controlado desde el principio. Dominador en las cronos, ambicioso a ratos. Cumplir expediente exhibiendo fortalezas y personalidad.

Sucede que fuera de los pedales andan las cosucas un poco más agitadas. Huelgas mineras en Asturias. Carrera interrumpida. Y la última etapa. Dos sectores. Zona de San Sebastián. Tramo en línea y barricadas, arena sobre el camino, clavos, pancartas. A la tarde, una crono, igual. Tanto que debemos anular tiempos, porque esto no hay manera de medirlo. El final más raro de siempre...

Menos mal que Hinault jugó, veinticuatro horas antes, a campeón. Vamos, que logró meter bicis en los noticiarios. Desempeño épico, inolvidable. Cuando no hacía falta, cuando nadie pensaba que fuese a suceder. Qué clase de maldición es esta, qué sortilegio diabólico. Nos libramos de un Caníbal y solo pasa un lustro antes de que llegue el nuevo. Resignados. Qué hacer frente al invencible...

Sucedió en Orduña. Otra vez. Como Felice Gimondi, como Ocaña. Faltaban cien kilómetros hasta la meta de Amurrio, e Hinault salta. No, no salta... empieza a poner su ritmo. Dicen que si estaba enfadado porque sus compañeros no llevaban la carrera como quería, que si algunos ciclistas se habían ido por delante sin consentirlo él. Espíritu de tejón, psicología de la brutalidad. No podía permitir afrenta.

De ahí al final... él, solo él. Caza a cuanto fugado iba por delante. Siempre el plato mayor, siempre piñones pequeños. Aquella forma que tenía de pedalear, arrastrando desarrollo, tirando con sus riñones, con sus inmensos cuádriceps. Como si estuviera moviendo el mundo a su paso. El último hombre en cabeza se llama Aurelio González, y pidió permiso a Hinault antes de empezar la etapa. hjuNo problema, sal. Cuando llega hasta su vera el bretón sonríe, guiña un ojo, ponte detrás de mí, te dejaré ganar. Seguramente fuese mentira, pero nunca estaremos seguros. En un pequeño repecho González cede. Es imposible. Después, cuando los dos hayan terminado, Bernard le habla. Por qué no te pusiste a rueda. Cómo iba a hacerlo, cabrón, deberías haber visto tu velocidad. Hinault ríe, feliz.

Su conquista del mundo ha comenzado de la mejor forma posible.

Culo suelo, bici flogues. Tony Rominger y Alex Zülle. La Cobertoria, año 1993.

Suiza, capital Asturias.

A principios de los años noventa los niños helvéticos tenían un lío bastante gordo en la cabeza. Qué es eso tan verde, ese sitio donde tratan a los nuestros como si estuvieran en casa. Qué significa Clas. Por qué allí las vacucas son blancas y negras, o pardas, o grisáceas, y no de color malva, como en los anuncios de la tele. Ese tipo de inquietudes.

El culpable de ello tenía poco pelo, muchas babas y una chepita que le sale aquí, justo en la espalda, cuando hace esfuerzos máximos. Se llama Tony Rominger, y fichó por el (entonces) pequeño equipo Clas-Cajastur en 1992. Salto al vacío para ambos, jugada de mucho riesgo. Rendimiento excelente. Inmediato, ojo, porque Tony ganó la Vuelta a España esa misma primavera. Sería primera de tres. Consecutivas, además. Lo nunca visto.

Por dificultad la de 1993 destaca. Participación pobre y recorrido no muy pintoresco (aunque interesante para la época). Pero... él. Otro suizo, joder, ya es casualidad. Jovenzuelo, gafas de miope, pendiente en forma de bicicleta perforando su orejuca, sonrisa de quien no entiende todo, pero posee simpatía natural. Se llama Alex Zülle, corre para el equipo ONCE y vuela entre abril y mayo.

Porque el chico nuevo llega como un ciclón, arrasando todo. Parece versión mejorada de Tony, fíjense. ¿Prólogo? Al bolsillo. ¿Cronoescalada hasta Navacerrada? Póngame buenas diferencias. Maillot de líder, conjunto fortísimo, excitación de quién (aun) no se ha visto en otra igual.

Solo que Tony es duro. Tony es piedra, es un bosque de otoño, cuando hace viento y las hojas caen y ramas rotas crujen por el suelo. Si a Tony le lanzas una pelotita él la destroza y te devuelve jirones de plástico. Así que empieza una reconquista. Día a día, puñetazo a puñetazo. Cerler, Cruz de la Demanda, crono de Zaragoza. Recupera el amarillo, diferencia exigua, espadas en alto de cara a la Cordillera Cantábrica. Y allí... empate. Tablas en Santander, tablas en Alto Campoo, tablas en Covadonga. Es como si todo se hubiese esfumado. La exuberancia del joven, la rabia de quien ya sabe ganar.

Hasta la Cobertoria.

Aclaremos. Aquello no tiene nada que ver con lo que es ahora. Ni trazado, ni estado del firme. Sobre todo esto último. La Cobertoria tenía fama de ser el puerto más peligroso para descender en Asturias. Y eso, en los ochenta y noventa, significa algo. Mucho. Todo. Allí, en mitad de lluvia y niebla, atacó Tony, junto a su gregario Iñaki Gastón. Distancia magra en cima, bajada a tumba abierta, pequeños ríos cruzando el asfalto, mierdas de vaca, la sensación de que en cualquier curva va a saltar un trasgo para tirarte al suelo.

Los dos del Clas arriesgan, Zülle, obligado, también. Hasta que sucede. Giro, la máquina de Alex al asfalto, él deslizando hasta la cuneta. Culo suelo, bici flogues, flogues electricidad, porque siempre hay maneras poéticas de explicar el tema de hostiarse contra unas ortigas. De allí a meta, persecución. Rominger gana en el Naranco. La muchedumbre enloquece, porque este suizo es de la Cuenca Minera, por lo menos. Zülle se defiende de forma increíble, y minimiza pérdidas. Dos días más tarde, en la crono que lleva hasta el Monte do Gozo, está cerquita de dar un susto supremo a su compatriota. Qué futuro, uno. Qué presente, el otro.

Menudo duelo inolvidable.

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Franck Vandenbrouckem Jan Ulrich, José María Jiménez, Heras... en La Vuelta 1999

Aquí empieza el infierno. José María Jiménez. El Angliru, año 1999.

El sitio es la estrella. Como Arenberg, el Stelvio, Kapelmuur, Tourmalet. Solo que aquí somos mucho más jóvenes, y nos acordamos de todo. Digamos que la Vuelta a España adoleció durante todo el siglo XX de... en fin, de subir montaña en condiciones. Había cositas, y algunas las hemos visto. También estaban los Lagos, que con desarrollos de la época eran tema muy serio (prueben, prueben hoy en día a meter corredores allí con su plato del 42 y su piñoncejo de 23 dientes). Pero... poco asunto. Tenemos ahí un déficit. A ver cómo arreglarlo.

Y, entonces, surgió Angliru...

Solo que entonces no le decían Angliru. Gamonal, al principio, por un pequeño lago que hay casi en la cima. La cuesta definitiva, el alto más duro trepado jamás en carrera. En ninguna carrera, añadimos. Desde antes de anunciarse su inclusión el Angliru fue todo un fenómeno mediático. Que si un invidente mandó la carta definitiva a Unipublic, que si lo descubrió Mario Ruíz para el gran público, que si cierto bombero se negó a bajar el camión por la Cueña les Cabres, que si nadie logró subirlo sin bajar de su bici en la primera cicloturista…

Al final, ahí tenéis el Angliru, para la Vuelta de 1999. Y todos los profesionales a reconocerlo. Y todos que vuelven con el rostro blanco. Eso no hay quien lo suba. En caso de llover la mitad del pelotón a patita. Diferencias de minutos, carrera sentenciada. Abandonos por tendinitis, el monstruo del Lago Ness. Todos acojonados. Expectación máxima. El mayor espaldarazo mediático que la carrera haya visto en mucho tiempo...

Entonces... todo perfecto, solo nos queda que salga bien. Y salió... casi perfecto. Digamos que al final todos sobre la bici. Los primeros tirando de patas, los últimos tirando de empujones. Pero no concurrieron desgracias. Y eso que salió el día regular, con su agua, sus nubes que no dejan ver, su tiempo tan de aquí. Bajando Cobertoria (¿recuerdan?) y Cordal mil caídas. Hombres importantes. Olano, Escartín, Piepoli. Al final, arriba del puerto, gana José María Jiménez, el Chava, que era, seguramente, el mismo tío que (casi) todos hubieran señalado con el dedo a la pregunta de ¿quién quieres que gane? La organización dando palmitas, la tele mostrando imágenes fieras, todo el mundo encantado. Volveremos. Sí, volveremos.

Ya tenemos un icono al cual agarrarnos.

Probar en cada puerto, en cada curva. Alberto Contador. Collado de Hoz, año 2012.

Alberto Contador en La Vuelta de 2012

Si no puedes de una forma, intenta algo nuevo.

Eso debió pensar Alberto Contador. Vuelta del año 2012, y todo decidido. A favor de Joaquim Rodríguez, que domina. Líder desde casi el principio, picando tiempo aquí y allá, victorias incontestables en Ézaro, en Ancares, en el fuerte que domina Jaca. Y, sobre todo, sensación de que hace lo que quiere. En aquella Vuelta de pendientes imposibles, de muritos sin descanso, Rodríguez demuestra que es el mejor cuando se sube reptando. Si hasta ha superado ya la crono, que es talón de Aquiles, y le queda aún esa bala de la Bola, cerquita del final.

Todo controlado. Asturias no decide nada. Contador que lo intenta de todas las formas, pero el líder sale como quiere y cuando quiere. Acelerando, encima, cuando quedan doscientos o trescientos metros, para añadir diferencias a las diferencias. Así que... todo decidido.

Solo que aún quedaba una etapa... distinta. Diferente. Por Cantabria, llegando hasta Fuente Dé, al pie de un circo glaciar, alturas de Liébana. Hasta allí... terreno novedoso. Sube y baja continuo durante cien kilómetros. Primero la costa, luego camino a sierras. Ni un metro de llano, desnivel sumándose. Después dos puertos. Uno de segunda, otro de tercera. Bajada y subida larguísima, muy tendida, hasta el final. Etapa para fugas, dice la mayoría.

El problema es que todo esto engaña. Que los puertos de segunda y tercera son, en realidad, puertos de segunda y primera. Que por Fuente Dé hay algunas rampucas gordas. Que se sale a mil, y el pelotón se rompe, y en realidad los ciclistas suben cinco, seis, siete puertecillos de esos que puntúan al principio de las tres semanas y ahora ni siquiera salen en el perfil. Hasta que llegan al Collado de Hoz. Y allí todo se desencadena.

Porque ataca Alberto.

Quedan cincuenta y cinco kilómetros y Contador se lanza en la rampa más dura de La Hoz, pasando Lafuente. Rodríguez duda. Es muy lejos, vendrán mis compañeros, es muy lejos, dónde va a ir. Rodríguez duda y la vuelta, fiu, se marcha. Por delante un grupito. Bajada rápida hasta el Desfiladero de la Hermida, tramo pestoso, ayudas aquí y allá. Joaquim empieza a comprender lo que está ocurriendo, rumia su suerte. La carrera se marcha, otro año más.

Pasando Potes ataca Contador, hace apuesta clara, casi ni llega a Fuente Dé. Recién salido de su sanción logra aquí una de sus victorias más épicas. Es, por así decirlo, el prólogo a la segunda parte de su desempeño profesional. La de los ataques de lejos, el todo o nada. Aquí salió bien. Inolvidable.

En Fuente Dé gritó con rabia. De allí partió con su segunda Vuelta en el bolsillo.

Vuelven los Lagos. Primož Roglič y Egan Bernal, Lagos de Covadonga, año 2021.

Roglic y Bernal en la etapa de Los Lagos en La Vuelta 21

Sesteaba la vuelta entre bostezos, ataquitos y sensación de que, oye, el tío este es imbatible. El esloveno, el antiguo saltador de esquí. Si lleva ya dos, y está encaminada. Qué vamos a hacer, mejor pelear por pódium.

Hasta que llegó Asturias. Y allí niebla, y frío, y gotas que caen de los árboles, y hojas amarilleando cunetas. Camino de los Lagos, que es cosa de historia, pero un poco venido a menos. Collada Llomena, un paredón de siete kilómetros, una cintita gris que serpentea por entre bosques de xanas y trasgus. Allí, en ese entorno, ocurre.

Y es magia.

Ataca Egan Bernal cuando faltan más de sesenta kilómetros hasta el fin. Subir, bajar, llano, Covadonga. Una locura, un suicidio. Brindis al sol, si quieren. Quién podría entrar a esa batalla. Quién.

Él lo hace.

Primož Roglič escogió los Lagos para su más perfecta obra en la carrera que mejor lo trata. Salió a por Bernal cuando, seguramente, no era necesario. Siguió su rueda en el descenso, entre ríos de agua y susurros que llegan desde el valle. Los dos juntos. Arriesgando, sí. Caída, desfallecimiento. Luego relevos hasta Cangas de Onís, sacando tiempo al grupo de los otros. Los otros. Los que no son Egan, los que no son Primož. Los otros.

Subiendo a los Lagos, justo antes de La Huesera. Kilómetros codo con codo, asomando los radios al de al lado. Estoy aquí, no te fuiste. Lucha de egos, una hermosa y salvaje batalla. Se respetan. Tanto que, si pueden, irán a matarse. Nervioso el de Zipaquirá, cambiando su postura cada poco sobre la bici. Imperturbable Roglič, manos asidas en las gomas del freno, cadencia alta, la mirada siempre unos metros más arriba, unos metros más allá. Curva, herradura, el bosque que parece tragárselos. Y entonces, allí donde le dicen Mirador de los Canónigos, pasa. Egan cede, Primož se marcha solo. Mantendrá el ritmo hasta la cima, devorando nieblas, bajadas, repechones, el ánimo de la gente, la soledad de quien se sabe superior. Mantendrá ritmo y distancias. Al colombiano lo capturan sus perseguidores, pero siempre será recordado como aquel que desencadenó la gesta. Al colombiano lo cogen, al esloveno es imposible.

Entra vencedor en La Ercina. Concentración absoluta, no regalar ni un segundo, pedalada potente hasta la misma línea de meta. Después sí, después soltar una mano, gritarle al aire, sonreír con la certeza de que, sí, esto quedará por siempre.

Allí, donde Marino, y Bernard, y Perico, y Lucho, y también Nairo o Thibaut, escribió Primož Roglič la más hermosa página de una novela que aún no terminó...

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