Tourmalet. Ascensión al mito
El Tourmalet es seguramente uno de los puertos franceses que más prestigio atesora. Representa una dificultad excepcional y ocupa una posición clave en el corazón de los Pirineos.
Este puerto es el paso montañoso de carretera mas alto de los Pirineos franceses con sus 2.215 mts de altitud, y el segundo más alto de toda la cordillera pirenaica, sólo por detrás del Port d’Envaira (Andorra) que es el techo con 2.407 mts. El Tourmalet conecta las poblaciones de Sainte Marie de Campan y la conocida Luz Saint Sauveur, villa que se encuentra al pie del Pic du Midi de Bigorre, famoso por el observatorio que se encuentra en su cima a unos 2.877 mts.
La leyenda del Tour
Mucho antes de que los ciclistas se lanzaran a la conquista de las cimas pirenaicas, ya se hablaba del Col du Tourmalet. En 1675, Madame de Maintenon, amante y esposa del Rey Sol, fue la primera en cruzar el puerto en una “silla de manos”. La ruta que llevaba al valle de Gaves se encontraba inundada, así que no había otra alternativa que cruzar el puerto con el fin de “tomar las aguas” en Baréges para curar al Duque de Maine, hijo del rey.
Y de ahí a crear una ruta “termal”, un paso histórico y comienzo de toda una aventura pirenaica, pues la carretera se inauguró el 30 de agosto de 1864 coronando el ya mítico puerto. Trabajos que fueron por cierto financiados por Napoleón III, hermano del famoso Bonaparte que todos recordamos.
Así que hablamos de un puerto con mucha historia hasta entonces, pero si de leyenda ciclista hablamos, ésta comienza en 1910 cuando el Tour de Francia lo atraviesa por primera vez. Era la etapa del 21 de julio, con 325 kilómetros entre Luchon y Bayona, y que subía sucesivamente las cimas de Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque, siendo recordada como la etapa más difícil jamás disputada.
Ese día, sólo 59 corredores tomaron la salida en Luchon a las 3:30 de la madrugada. La etapa daba verdadero miedo, porque en aquella época lo que llamamos carretera era poco más que un camino para conducir los rebaños de ganado. Quienes habían reconocido el recorrido afirmaban haber encontrado osos en lo más alto del Peyresourde. Los caminos embarrados, plagados de surcos son calificados como una trampa mortal.
La palabra Tourmalet también se traduce como “camino de mal retorno”… pero los organizadores argumentaron que si Madame de Maintenon superó el puerto en silla de manos camino del balneario de Cauterets, ¡no hay razón para no hacerlo en bicicleta!
Imprescindible recordar por tanto la ascensión épica de Octave Lapize, que supera el Puerto del Tourmalet en cabeza aquella jornada, por lo que una estatua en la cima le rinde ahora homenaje. Tendría que completar los últimos kilómetros a pie, porque en aquella época las bicis pesaban entorno a 12 ó 13 kilos, y aunque ya existía un cambio de marchas, la organización no permitió su uso hasta los años 1930. Lapize acabaría la jornada gritando ¡asesinos! a los organizadores.
Pero la historia del puerto está plagada de leyendas, pues aún hoy recordamos el coraje ejemplar de Eugène Christophe en el Tour de 1913, quien después de romper la horquilla de su bici al inicio de la bajada del puerto, tuvo que descender andando hasta Sainte Marie de Campan, donde él mismo la reparó en la herrería de Alexandre Torné dado que no se permitía la ayuda externa a los corredores. Hoy una placa allí recuerda la hazaña de Christophe.
Más recientemente la épica del Tourmalet está jalonada de hazañas míticas y de triunfos destacables por la fama de los ciclistas que los firmaron. Ya fueran los que lo coronaron en cabeza en los más de 100 años durante los que se ha subido, ya fueran los que han vencido etapas allí, o quienes han brindado momentos que ya son historia del ciclismo, como el duelo de Alberto Contador y Andy Schleck, o el descenso de Indurain en el Tour del 91 que le brindaría su primer Tour.
No, no es el más alto de los que se disputan en la ronda gala, ni el más duro, ni el más largo. Pero es el que más veces se ha subido en carrera, incluyendo el doble paso del 2010 para celebrar el centenario de su primera ascensión, por lo que es posiblemente el más legendario, y sin un duda un puerto con una belleza especial.
Escalando un coloso
No hay cicloturista que no sueñe con acometer la subida al gigante pirenaico al menos una vez en su vida. Y con total seguridad, la primera ascensión será la más recordada, la que te acompañará en el pensamiento para siempre, y por supuesto, la que te hará sentir como un David venciendo a Goliat cuando lo corones.
Pero antes de que te lances a su conquista, lo mejor es que lo planifiques, teniendo en cuenta que lo mejor es hacerlo entre primeros de junio y mediados de noviembre. Y teniendo en cuenta que esto puede venir también determinado por las condiciones de nieve de cada año.
El primer sábado del mes de junio se anuncia la apertura de puerto a los ciclistas, y se celebra subiendo al “gigante del Tourmalet”. Se trata de la gran estatua que representa a un ciclista en pleno esfuerzo sobre su bici, y que podemos ver sólo a partir de esa fecha cada año en el puerto. Representa un homenaje a los grandes de la carretera del Tour, y especialmente al mencionado Octave Lapize que fuera el primero en coronar la cima en el lejano julio del 1910.
Cada invierno, la estatua se baja al valle, donde reposa en el centro deportivo Laurent Fignon de Gerde. Así, cada año cuando este conjunto escultórico vuelve a la cima, su ascenso se convierte en un auténtico acontecimiento deportivo para muchos cicloturistas que lo acompañan en su camino, y en una fiesta para el público que lo contempla.
Cualquier deportista acostumbrado a escalar con su bici grandes cimas sabe que esta montaña es uno de los grandes retos. Por eso si el tiempo te lo permite, una sugerencia es ascenderlo primero en coche como hicimos nosotros con el Zafira con portabicis Flexflix integrado que nos prestó Opel para esta aventura. Las cosas se ven de otra manera, y se disfruta el paisaje de un modo distinto a como lo haremos con nuestra bicicleta.
Puedes subir el Tourmalet por su lado este, desde Sainte Marie de Campan, o bien por la vertiente oeste desde Luz Saint Sauveur. Si me preguntas cuál es más recomendable… ¡las dos! Ninguna es desaconsejable, así que tu reto debería ser subir por ambas caras del puerto.
Y aunque ambas vertientes son muy similares en términos de dificultad, nosotros hemos escogido ascenderlo para vosotros por la cara oeste, que supone una subida dos kilómetros más larga pero con una pendiente más regular. A mi me resulta más natural, más variada y grandiosa, sobre todo en su final. Aunque bien es cierto que el lado Este es algo más mítico debido a ser más escalado en las etapas del Tour de Francia.
Además, por el lado escogido hay una pequeña ventaja a la altura de Barèges, pues existe la posibilidad de tomar el “camino de Laurent Fignon” a partir de Tournaboup (a 6 kms de la cima), lo que te permitirá rodar por un tramo de 2 kms sin tráfico rodado de vehículos a motor. El firme es de peor calidad que el que pasa por Superbarèges, pero es más que llevadero si no te importa hacer slalom con algunas moñigas de vaca.
Vertiente oeste.
Desde de la localidad de Luz Saint Sauveur, los primeros kilómetros se afrontan con tranquilidad, para que nuestras piernas entren en calor. Pero después de un par de kilómetros que nos han servido para abrir boca, la pendiente adquiere un desnivel del 10% a su paso por el pueblo de Barèges, rozando el 13% a la salida.
Superando esta pequeña villa ya no habrá descanso para tus músculos, de modo que tendrás que gestionar bien los esfuerzos si quieres llegar a lo más alto del puerto. Es a partir de aquí que te de das cuenta de verdad que la subida se va a hacer larga. La carretera comienza a serpentear tras la estación de esquí de Superbarèges formando amplias curvas que me recuerdan los lazos de unos cordones. ¡Qué cosas se pueden llegar a pensar pedaleando!
En cada viraje, el adjetivo “majestuoso” adquiere todo su sentido. Así es este puerto. En un marco así, entre el cielo y la tierra, estamos dominados por diversos picos, de entre cuyos perfiles destaca el del Pic du Midi de Bigorre. A nuestros pies, el paisaje se abre en una inmensidad de verdes praderas, plagadas en verano de ovejas que allí pastan.
La pendiente se acentúa, sin dejar de ser razonable para dónde estamos, y contemplamos la cima del puerto por encima de nosotros, por lo que empezamos a pensar que coronarlo es posible.
Pero en los últimos cuatro kilómetros, la piernas arden hasta casi convertirse en una sensación insoportable. Fijo la vista en el gran gigante escultórico, para no perder mi objetivo de vista en el último esfuerzo para alcanzar la cumbre.
La subida se ha hecho tan exigente, que el tramo final al 9% de media bien me parece que fuera el doble por su dureza. Pero en estos últimos 500 metros es el momento de dar todo lo que queda en mis piernas. La recompensa de coronar el Tourmalet es si cabe más hermosa con el bello paisaje que brinda el pico Ardiden.
Tan pronto cruzo la cima, donde no se puede pasar sin detenerse a fotografiarse bajo el coloso esculpido por Jean Bernard Métais, y la pendiente ya cae en dirección a La Mongie.
A la izquierda de la colosal escultura, un busto de bronce que recuerda a Jacques Goddet, que fuera director del Tour de Francia durante 50 años, y una placa conmemorativa en honor a Jean-Raoul Paul, creador de la ruta del Pic du Midi. Este camino que lleva a la cima se puede hacer ahora andando, e incluso intentarlo en bici de montaña si eres más osado, pero… si eres más vaguete puedes coger el funicular desde la estación de la Mongie.
En lo alto del puerto también encontrarás un bar-restaurante, y una pequeña tienda de recuerdos. Vale la pena entrar a tomar un café, respirar el ambiente tan especial y contemplar la bici de Lapize, que allí permanece colgada de una de sus paredes.
Vertiente Este
La subida desde Saint Marie de Campan es con sus 17 kms algo más corta, aunque se puede hacer desde Campan añadiendo casi 6 kms. La primera parte de casi 5 kms hasta Gripp es relativamente fácil, y los porcentajes de pendiente de sus rampas no superan el 6%. Es casi un falso llano salpicado por algunas rampas.
Pero a partir de aquí, la cosa se complica notablemente, y en los últimos 12 kms de ascensión la pendiente no bajará del 8%. De modo que si pasas tus límites, el placer de ascender este coloso se tornará en sufrimiento insoportable. La pendiente se endurece poco a poco bajo las galerías que protege la carretera de las avalanchas, a medida que te acerques a la estación de esquí de La Mongie. Los carteles te van informando perfectamente de todo lo que te queda de ascensión, pero a estas alturas cada kilómetro se hace eterno.
Cruzar la estación no será fácil, y tendrás que enfrentarte a rampas de hasta el 13%, con unos últimos cuatro kilómetros en los que la pendiente media es del 9%, por lo que todo lo que esté por debajo de eso te parecerá un cruel descanso.
El final muy transitado, no sólo por rebaños de ganado, sino por el cada vez más denso tráfico rodado puede complicarte aún más las cosas. Pero habrás vencido de nuevo al coloso por esta cara este, algo más dura en su segunda parte.
Nosotros escogimos la vertiente oeste para contártelo en primera persona, pero sea como fuere, enfrentarse a este paso de montaña por cualquiera de sus caras es un sueño para cualquier ciclista. Y si tú aún no te lo habías planteado, esperamos ayudar a que no te puedas sacar de la cabeza tu imagen pedaleando en pos de la cima del gigante de los Pirineos.
Si quieres ser como los grandes ciclistas del Tour o los afortunados cicloturistas, tocar el cielo, vencer al gigante, dejar tus huellas, no descuides esta gran cita. El Tourmalet te hará sentir su dureza majestuosa, sin pausa ni alivio, y te exigirá lo máximo de ti, porque el sufrimiento te va a acompañar hasta el final. No te lo pondrá facil, su clima es caprichoso y puede cambiar de un día a otro. Puede que tengas que renunciar o luchar contra las adversidades, lo que hará la ascensión todavía más épica. Alcanzar su cima es una sensación especial, se te ponen los pelos como escarpias al pensar que se pueden cumplir los sueños. No te arrepentirás y el recuerdo será para siempre. ¡Qué grande ser ciclista!
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