Fans, Hooligans e imbéciles

El dolor, la lucha, la extenuación son totalmente incompatibles con fans, hooligans e imbéciles que buscan su segundo de gloria delante de la televisión, al lado de frágiles gladiadores de casi 60 Kgs que gastan lo poco que les queda en dar pedales, no en apartar payasos.

Fans, Hooligans e imbéciles por Alberto Álvarez
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Autor Maillot Alberto Álvarez
Autor de la fotoLeon Van Bon/ BrakeThrough Media

Fecha de la noticia 25/10/2016


Un tipo disfrazado de plátano, una enfermera, un hincha de Boca Juniors, un Borat, una pantera rosa, los Beatles, Batman sin Robin, un tío en pelotas, dos mariachis, un vikingo, otro Borat, uno con disfraz de dálmata, un cobrador del frac, un cowboy con el culo al aire, más Borat, dos con peluca afro, un gordito con el maillot apretado del Tinkoff, un borracho que se tropieza consigo mismo, uno con traje de licra rosa tipo condón, uno con aletas de submarinismo, otro plátano y uno de gorila.

Tres vikingos más, una tía buena en top less, un Borat peludo, una muñeca hinchable agarrada por una pierna, un canguro, tres suecas en bikini, un pollo amarillo, el Capitán América súper musculado, otra muñeca hinchable con el maillot del BMC, un francés con una jeringuilla enorme y entre todos ellos los mejores ciclistas del mundo a 190 pulsaciones por minuto. Fans, hooligans e imbéciles, muchos imbéciles.

Imaginaros la final de Champions. Imaginaros el mejor futbolista del mundo. Imaginaros que corre la banda con el balón, encara portería y cuando está a punto de chutar buscando el gol que les de el partido, aparece un tipo a su lado en calzoncillos, corriendo con un palo selfie y una gopro en el extremo. ¡¡Vamooossss!! ¡¡Eres un fenómeno!! ¡¡Con dos cojones!! ¡¡Vamos joder, chuta!! El delantero le mira, se desconcentra, chuta y el balón se va fuera. Final perdida, oportunidad perdida, sueño perdido.

El aficionado se vuelve a su asiento, más tarde a su casa. Al día siguiente se irá al trabajo y enseñará a los amigos el video donde se le ve a dos milímetros de la oreja de la mayor estrella futbolística de todos los tiempos. El fútbol es un ejemplo. Imagina lo mismo en una cancha de la NBA, un partido de tenis de Roland Garros, o la final Olímpica de los 100 metros lisos. Un aficionado de verdad nunca haría eso, un imbécil seguro que si.

El tema es que a diferencia de un estadio de fútbol o una pista de tenis, en el ciclismo todos y cada uno de nosotros independientemente de nuestro nivel de fanatismo o estupidez, tenemos a nuestra disposición los mejores palcos VIP del mundo. El asfalto siempre nos da la bienvenida ya sea para dar una palmadita en la espalda a Nibali, o para dar una colleja a Froome intentando que deje de mirar el potenciómetro...

Estrellas que comparten asfalto con todas esas identidades de 'aficionados' que campan a sus anchas en el enorme terreno de juego que significa una etapa del ciclismo. Y además gratis.

Pero el ciclista ama al aficionado del mismo modo que lo odia cuando esa pasión mutua rompe la línea imaginaria del respeto profesional. Y esa línea solo la conocen aquellos que saben lo que se siente encima de una bici cuando el sufrimiento bloquea cualquier otra sensación. El dolor, la lucha, la extenuación son totalmente incompatibles con sujetos que buscan su segundo de gloria delante de la televisión, al lado de frágiles gladiadores de casi 60 kilos que gastan lo poco que les queda en dar pedales, no en apartar payasos.

La simbiosis que existe entre el aficionado de verdad y el ciclista profesional, es algo tan auténtico, tan sentimental, tan bonito, que romper esa magia por culpa de una manada de energúmenos no solo es una faena, sino que tiene difícil solución. ¿Como contienes a todos esos que no aman el ciclismo, de los que si? ¿230 km de vallas junto a 460 agentes de la ley?¿Carnet por puntos de aficionado? ¿Chorros de agua como en las manifestaciones?

Todos hemos visto en esas últimas semanas de Vuelta a España como un montón de policías aguantaban de la mejor manera posible los encontronazos de aprendices de Halloween y demás individuos con los ciclistas. A algunos los paraban, a otros no. Otros se caían por si solos para nuestro deleite y otros terminaban tirando al ciclista. Cada vez son más los aficionados de verdad que agarran del cuello a todo aquel que quiere reventar el espectáculo, reventando a la vez ese momento tan especial en el que le das toda la fuerza a un tipo que lleva seis horas encima de una bici.

El ciclista también lo sabe. Sabe que un gorila, un vikingo o un cobrador del frac que le escupen gritos no son aficionados. El ciclista sabe diferenciar el aplauso sincero, de los golpes desestabilizadores. Sabe quien te mira y te está diciendo ‘ánimo campeón’ del que apenas se tiene de pie mientras busca a la cámara de manera desesperada.

Aficiones sinceras que hacen más grande este deporte, contra infecciones que deberían de desaparecer del torrente sanguíneo de asfalto y pedales para siempre. Y entre todos nosotros y entre todos ellos, los mejores ciclistas del mundo a 190 pulsaciones por minuto. Que nadie rompa este privilegio tan grande. Nadie.

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